Archive for abril 2014

La vida en las letras: mi homenaje a los libros y la lectura

Photo by Ben White on Unsplash

 

Manuel Caballero, en su genial El Placer de Leer, describió su infierno particular como una enorme biblioteca llena de todos los libros que él ha leído. Cualquiera que tenga la devoción por la lectura que tenía el ilustre historiador sabe muy bien de lo que habla: ¿más nunca poder descubrir el mundo sin mapear que es un libro nuevo? Sólo a Satanás se le podría ocurrir algo así.

Tuve la inmensa fortuna de ser hijo de la hija de un escritor, de modo que soy descendiente de una línea de lectores insignes. Mi madre siempre animaba la lectura en mí, corrigiéndome con una severidad que imagino sólo era comparable a la que ella recibía de sus padres. Y es evidente que su herencia quedó: estando embarazada de siete meses de mi hermano, mi padre una vez la encontró sentada en la cama, con El Exorcista de William Peter Blatty apoyado de su enorme barriga. “Es que está demasiado bueno y no me quiero quedar dormida”, fue la excusa. (A los dos días fue a ver la película. A los que conocen a mi hermano, ahora entienden.)

Siempre han habido libros en mi casa, silentes testigos de los quehaceres del hogar, de modo que yo siempre tenía un compañero de viaje que yo tercamente insistía en llevarme aún a los viajes más cortos. La única vez que he ido al Campo de Carabobo cometí la blasfemia de estar leyendo mientras mi papá nos llevaba (en mi defensa, era sorpresa y ni me enteré a dónde íbamos). Mi hermano se rehusó durante años a regalarme más libros, pues no podía concebir que no importa el grosos, a los tres días el libro estaba terminado. No podía entender lo que entiende ahora: una vez que empezaba el viaje, debía terminarlo a como diera lugar.

Ahora de mayor extraño esos momentos en que podía tomar un libro cualquiera y perderme horas en él, como quien se lanza en un bosque en el que ha crecido toda la vida. Los momentos en que he podido estar totalmente abstraído con el amigo hecho de hojas y tinta, o su equivalente digital, han sido bien escasos. Lo bueno es que los libros siempre están ahí; quizá en algunos casos pasen de moda, pero los que uno ama con sinceridad se quedan por siempre, esperando a que uno los reencuentre. Ya sea  Rayuela de Cortázar, Ender’s Game de Orson Scott Card, Jurassic Park de Michael Crichton, cualquiera del “Gabo”, La Ilíada, La Odisea, La Hora Loca, Caracas Muerde, libros de ensayos o de humor, libros de historia narrada, uno puede saber que en cualquier momento, sus personajes te toman de la mano y te llevan a un oasis de la realidad que igualmente estará allí cuando regreses. La cosa es encontrarlos.

Gracias a Dios por los libros, por cada libro viejo que quiero leer y cada nuevo que estoy por encontrar. Espero que hoy hayan podido encontrar un buen momento para estar con uno; estoy seguro que hizo su día mejor. ¡Feliz Día de la Lectura!

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#GraciasGabo

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“Años después, frente a la pantalla del computador, Juan Carlo Rodríguez recordaría la primera vez que vio las palabras del Gabo hablarle, y lo poco que las comprendió entonces…”

Sabrán perdonar mi pequeña blasfemia. Pero como tantos otros latinoamericanos –en especial, periodistas latinoamericanos—Gabriel García Márquez es, y estoy seguro seguirá siendo, la fuente de la que bebemos a la hora de expresar nuestros pensamientos. Gracias a él, todos vivimos en Macondo, todos sonreímos al ver una mariposa amarilla, todos soñamos un poco más. Ahora que murió, a los 87 años de edad, como leí en Twitter, todos sentimos que perdimos un tío.

El Gabo para mí fue un gusto que no adquirí sino mucho después, cuando la madurez finalmente decidió tocar a mi puerta luego de años dejándome ser niño pasada la edad mínima requerida para serlo. Mi primer encuentro con él fue El Coronel No Tiene Quien Le Escriba, la aún cierta historia de un viejo militar que espera infructuosamente por su pensión (una historia que le tocó de cerca al propio escritor). Fue de las tantas lecturas requeridas en bachillerato, y como tanto chamo ignorante, no la entendí. Sólo me resultó puerilmente cómico el uso de la famosa última frase; de resto, la frase “¿Y este ganó un Nobel?” surgía más de una vez en mi cabeza.

Un año después, me tocó con Crónica de Una Muerte Anunciada. Fue el primer libro con el que me dormí leyendo, y no porque el sueño me venciera; me aburrió mortalmente. No podía esperar que a Santiago Nasar le terminaran descuartizando y raspar la asignación (que insólitamente no sucedió). Así que el nombre de García Márquez se mantuvo lejos de mi cabeza durante mis años formadores, años en los que mi cerebro quería rebelarse a mi corazón y me decía que debía dedicarme a la ciencia, que mi amor por los animales debía canalizarse a la veterinaria.

Pasando las páginas a otra parte de mi vida. El corazón había ganado la batalla en ese entonces, y ya sabía que la ciencia era más un “hobby” que una carrera, que lo mío era escribir (primero publicidad, luego periodismo). Hoy me encuentro frente a la biblioteca de mi madre, herencia de mi abuelo el poeta, el escritor, el ensayista. Docenas de títulos se reían conmigo, como puertas diciendo “bienvenido”, “pase”, “adelante”. Hasta que vi un libro blanco, con octógonos azules rodeando un título. Y ahí estaba el nombre que había evadido tanto atrás, con letras que retumbaban en las páginas de los periódicos que ahora consumía con sagacidad y café: Cien Años de Soledad. Lo abrí, y las palabras que casi todo latino conoce de corazón, al menos de referencia, me adentraron al mundo de los Buendía, con el sabio Melquíades, con la férrea Úrsula, la bella Remedios. En dos días afiebrados, mi manera de pedir perdón por mis transgresiones anteriores, Gabo y yo nos reconciliamos, para más nunca mirar atrás.

Cuando finalmente me asenté en la cama que es el periodismo, Gabo siguió siendo referencia en todo momento. Finalmente Crónica ocupó el lugar de reverencia que debió ocupar todo el tiempo en mi biblioteca. El coronel y yo nos tratamos con respeto al fin, aunque, pobre, tampoco de mí recibió el respeto que tanto esperaba recibir. Descubrí el amor de Florentino Ariza y Fermina Daza como el sueño de amor perfecto que aún me elude, y aún lo veo como el gran demonio que deseo me posea. No he asistido aún a los funerales de Mamá Grande, ni he escuchado el relato del náufrago, ni me he perdido en el laberinto del general o pasado por el otoño del patriarca. Pero eso es algo que me alegra, aún ahora que lo hemos perdido: aún me queda tanto por descubrir de él, que, como dijo Isabel Allende, otra grande nuestras letras que tengo aún más cercana que él (historia que ya contaré), para no llorarlo, lo seguiré leyendo.

Ante todo, Gabo se mantuvo periodista. “El mejor oficio del mundo”, lo llamó. Y como periodista, fue incómodo al poder, con dos excepciones. La entrevista que terminó siendo El Relato de un Náufrago enfureció al dictador colombiano Pinilla, al descubrirse la verdadera razón del naufragio de ese barco. El Otoño de Un Patriarca sigue siendo la mejor y más precisa descripción de la caída de un dictador. Sí, su amistad con Fidel Castro bien puede ser considerada su mayor “raya” –es especialmente elocuente el poeta Reinaldo Arenas en sus acusaciones—pero era igualmente amigo de Bill Clinton. Fue MUY amigo de Teodoro Petkoff, al punto que ayudó a financiar al partido MAS. En uno de los Doce Cuentos Peregrinos, el último libro suyo que he comprado (jamás el último que compraré), aparece retratada su amistad con el fundador del diario El Nacional y colega escritor, Miguel Otero Silva. Su crónica sobre la caída de Marcos Pérez Jiménez –recogida en Cuando Era Feliz E Indocumentado—se mantiene como una de las más humanas y fieles historias de ese día. (de hecho, Venezuela jugó una buena parte en la formación de Gabo; Juan Carlos Zapata hace una excelente narración de esos hechos en Gabo Nació En Caracas, No En Aracataca). Ciertamente tuvo una particular visión sobre Hugo Chávez.

Gabo cerró sus novelas con Memorias de Mis Putas Tristes, el primero que compré en lo que salió. Como tantos otros, no me agarró de tal manera como los demás, y hasta cierto punto es una lástima que así es como se cerró su bibliografía. Pero Gabo seguía ahí: profunda e inigualablemente latino.

Por tus letras, por tus imágenes, por el orgullo que nos haces sentir al llamarte nuestro, por mostrar esta locura de tierra tal cual como es, con sus buenas y sus malas: gracias Gabo.

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Oda a El Cafetal

Hace una semana, caminé con una querida amiga desde Caurimare hasta Santa Paula. No por elección; no nos quedaba de otra. Salí deprimido.

Para los extranjeros: El Cafetal es una parroquia de clase media alta al sureste de Caracas, parte del municipio Baruta del estado Miranda. Se compone de varias urbanizaciones: Santa Paula, Santa Sofía, San Luis, Santa Ana, Santa Paula, Chuao, etc. Hay dos clínicas privadas ubicadas allí (Santa Sofía y Metropolitana) y un centro comercial importante (Plaza las Américas), además de otro (Santa Paula) donde abrió uno de los primeros Locatel, una cadena de “automercado de salud”. Hay un kiosco ubicado en una de las dos bombas de gasolina ubicadas en él que es famoso porque está abierto 24 horas. Un gran templo mormón está ubicado a su entrada. El boulevard que compone su avenida principal está casi siempre verde, con abundantes árboles donde incluso se han visto perezas. A pesar del aumento de la criminalidad –secuestros, principalmente—se le conoce como una zona tranquila, pues no está particularmente cerca de zonas peligrosas.

Desde que empezaron las protestas el pasado 12 de febrero, pero en particular desde mediados de marzo, los 52.000 habitantes de la parroquia están, quieran o no, encerrados. En el último mes, la expresión “doña del Cafetal”, usada para referirse a mujeres mayores (o no tanto) para lo cual nada que este Gobierno haga está remotamente bien, mucho menos sus seguidores, ha sido más justificada que nunca.

Caminar desde Caurimare a Santa Paula son aproximadamente dos kilómetros. Parte de ello en subida. En ese espacio, hay al menos 25 barricadas hechas por los vecinos tanto en protesta contra el Gobierno como protección contra bandas armadas como, en palabras de uno de los muchachos que cuidaban las barricadas, para sacar a los demás “de su indiferencia”.

No puedo creer que haya mucha indiferencia después de lo que vi.

Las barricadas van desde algunas bolsas de basura y ladrillos puesto en fila hasta un poste de luz, alcantarillas, sofás y vallas de madera. Sí, un poste de luz. Supongo que esto es lo que siente alguien que camina en una ciudad sitiada. Muchachos (y muchachas) de alrededor de 20, o veintitantos años, parados con sus caras tapadas. Cerca de una, un grupo de personas de todas las edades estaban cerca de una, cuadrando acciones, estimando turnos. Algunos carros pasaban con mucho cuidado, pero era complicado, como se imaginarán. Mi amiga me contaba que en algunos sitios habían puesto alambre de púas en las aceras. El taxista que finalmente encontré para que me llevara a mi casa, porque había dejado a un hombre a pocos metros frente a nosotros, me contó que hace unos días un compañero trató de pasar una barricada en días anteriores, y una muchacha “bonita, parecía una miss, como de 19 años”, le arrojó un ladrillo y le reventó un vidrio.

Esta misma amiga ya ha asistido a dos asambleas de ciudadanos que, en ambos casos, terminan en violencia. En la primera, una joven estudiante de Comunicación Social sugirió que se abriera un canal en las barricadas para emergencias; habrías jurado que sugirió que abrieran las puertas de sus casas a los malandros. En la segunda, un estudiante de Ingeniería (Dios bendiga a los estudiantes) propuso que se usara el 1x1: como había tanta gente de otras partes viniendo a trabajar, y que se veían obligados a caminar ya que el transporte no podía pasar, que se aprovechara para hablar con ellos, tomarse un minuto para escuchar por qué apoyaban al Gobierno, si lo hacían, y otro para explicarles por qué hacían lo que hacían. El comentario en la parte de atrás: “este seguro es chavista”. En ambos casos, sus familias debieron llevárselos antes de que los lincharan. Una amenaza, por cierto, que le llegó a mi amiga en mensajes de grupo de los vecinos: “Si vemos a alguien que no conocemos, lo lincharemos”.

(Claro, el 6 de abril la policía les dio otra excusa a los cafetaleños de su radicalismo; se hicieron infames las fotografías de una señora que fue a tratar de dialogar con los efectivos de la Policía Nacional Bolivariana, y mientras se alejaba le dispararon por la espalda. Bello que les quedó, desgraciados.)

Me recuerda panfletos que estuvo circulando por Catia la semana pasada, y siempre circulan cada cierto tiempo, en la que los colectivos de la zona, organizaciones que ya han sido acusados varias veces de violencia en contra de marchas opositoras –el líder del colectivo La Piedrita, Valentín Santana, es un hombre buscado—donde aseguraban que no permitirían “guarimbas” en la zona. “¡Que nadie se equivoque, Catia es chavista!”, cerraban. Explíquenme cuál es la diferencia.

Y ahora leo lo que le pasó a Aglaia, luego que fue citada por un periodista de la BBC (luego pidió que su nombre fuera removido del reportaje). Me hace preguntarme, al igual que ella, ¿por qué país estamos luchando? Criticamos –y se debe criticar—que el Gobierno busca imponernos un socialismo que la mayoría ya dijo no querer, en 2007; y no tenemos problemas en imponer el encierro a los vecinos (aunque muchos no se quejen, pero muchos sí lo hacen) y que los empleados no puedan llegar a sus trabajos. Criticamos –y se TIENE que criticar—que el Gobierno decidió excluir a una parte de la población, tratarlos como enemigos, pero nos limitamos a defender NUESTROS espacios, en vez de defender NUESTRO país. Típico venezolano: “mientras yo estoy bien, qué importan los demás”.

Supongo que yo también seré atacado, insultado, llamado “bobositor”, “indiferente”, “habitante de Narnia”, “egoísta” (ja, egoísta…) y demás motes que los que yo llamo “oposicales” acostumbran a llamar a los que nos rehusamos a caer en el radicalismo. Nuevamente, explíquenme la diferencia entre los que llamaban y llaman a los otros “escuálidos”, “oligarcas”, “fascistas”, “chuckys” y demás. Asumen que es por las guarimbas que la atención mediática vino, que los cancilleres de Unasur están aquí. No me atrevo a decir que es por eso, pero díganme, ¿creen que los que votaron por el Gobierno están impresionados? En particular cuando le dices cosas como “huevón, reacciona”, ¿logras algo? Gente, ustedes no son la pesadilla del Gobierno, son su sueño húmedo, pues refuerzan su tesis de “ellos contra nosotros”. Definitivamente, las palabras de Francisco Toro, fundador de Caracas Chronicles, escribió en febrero.

Las protestas de clase media en áreas de clase media sobre temas de clase media sobre gente de clase media no son un reto al sistema de poder chavista, son parte del sistema de poder chavista.

Hace un tiempo, cuando la crisis eléctrica durante una sequía particularmente fuerte, acompañé a mi ex esposa a una cita médica, cerca de la clínica Santa Sofía. Entre las que esperaban estaba una señora mayor, la propia viejita dulcita. Me empecé a quejar del calor, y mi ex igual. “Ay no, yo quiero que siga”, dijo la doñita. “Eso lo perjudica a él (Chávez)”. “¿Y usted cree que lo perjudica a él solo, señora?”, pregunté. “Claro que sí, los demás que nos aguantemos, pero eso lo perjudica a él y termina cayendo”, fue la respuesta. “Por mí que haga MÁS calor”.

Doña del Cafetal, indeed.

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