Cuando la mente simplemente se rehúsa a trabajar

La mente, cuando trabaja por instinto, es una traidora. Pero al menos da para momentos muy divertidos.

Yo admito ser medio distraído. Algo que atestiguarán mis amigos, aunque ellos, miserables, usen el calificativo "agüevoneado". Trato de que no sea mucho, pero a veces el sueño y mi mente me juegan una mala pasada. Menos mal que yo me río de mí mismo y soy feliz.

Ayer, como a las siete y tanto de la amañana, una compañera de trabajo y yo estamos chateando. En una de esas, ella necesita decirme algo con su voz. "Dame tu extensión", me pide. Algo que le he dado no menos de doce veces. "Jejejeje, te lo voy a tener que tatuar", le escribo. "3334."

"La TUYA", me escribe.

¡Ay pero qué picada!, pienso yo. Pero tengo demasiado sueño y estoy de demasiado buen humor para realmente contestar. Lo único que le pongo son las clásicas sacadas de lengua. ":P :P :P" Y espero a que me llame y me mente la madre.

"Gafo, ¡que me des tu extensión, chico!"

Eso activa mi hueso de la joda. Ay, ésta quiere pelea. "Ah pues señor, te lo acabo de dar, TRES TRES TRES CUATRO."

La respuesta no se hizo esperar. "ESA ES LA MIIIIIAAAAAAAAAAA!!!!"

¿Saben esos breves momentos cuando ven algo muy obvio y se olviden de cómo reaccionar? Pues eso me pasó. Me quedé mirando la pantalla como si me estuviera pidiendo que explicara la ecuación de Einstein. Luego simplemente me empecé a reír. Del tiro, ni le pude mandar la extensión sino un minuto después.

El incidente me llevó a una escena aún más inquietante de mi infancia/temprana adolescencia. Mi hermano tendría quizá diez años, y yo soy tres años mayor. Estábamos en la sala de estar de mi casa jugando Memoria. Como saben, el juego consiste en combinar tarjetas iguales que están puestas al azar sobre la superficie. Cada tarjeta está enumerada. Es decir tiene un número. Vean bien: NÚ-ME-RO. Es importante, créanme.

En una de esas, mi hermano parece perderse y me pregunta: "¿Chamo, por qué número vamos?"

Yo honestamente juro, hasta este día, que no le entendí. Obviamente ahora, me río a la vez que me preocupo. Pero mi reacción en ese entonces fue mirarlo extrañado y preguntar: "¿Que por qué no me lo vamos?"

Esa misma cara que ponen ustedes ahora la puso mi hermano. Y estamos de acuerdo que eso que pregunté para confirmar que había oído mal no tiene ningún sentido en ningún plano de la realidad. Se ríe, y me vuelve a preguntar: "No, chico, que por qué número vamos."

Y yo aún no entiendo.

Le vuelvo a preguntar: "¿Cómo que por qué no me lo vamos? ¿No me lo vamos a qué?"

No estábamos al lado de una construcción. No teníamos música puesta. No estábamos a dos cuadras de distancia, ni siquiera cien metros. No, estábamos más o menos la distancia que está entre ustedes y su computadora, quizá un poquito más, a las tres de la tarde de un sábado, creo, en el más abosluto silencio. lo único que se oían eran los sonidos de mi mamá en la cocina. Mi hermano no es el ser más paciente del mundo; por eso merece un reconocimiento cuando, luego de mirarme como si en efecto perdí la chabeta, respira profundo y me pregunta otra vez. "No, Juanky. Que por qué NÚMERO vamos."

Y ahí se solucionó todo. Y finalmente le entendí y le dije, "Ah ok, vamos por el..."

NO.

Aún no le entendía.

Es en serio. A gran riesgo de mi vida (los días en que mi hermano menor me iguala en tamaño pero me supera en masa muscular estaban todavía unos diez años o más en el futuro, pero igual el chamo era un tanto... apasionado en todo), estoy tratando de no parecer demasiado estúpido (y fallando miserablemente) cuando le vuelvo a preguntar: "¿Pero qué es eso de 'por qué no me lo vamos', chamo? ¡No te entiendo!"

Mi hermano simplemente no aguanta más. La vena en la frente que sería como una señal de alarma en el futuro se brota. Se pone rojo como el sol al atardecer e igual de caliente. está que llora, pero al mismo tiempo se ríe, convencido de que comparte los padres con un absoluto subanormal. Se para y me grita: "¡Coño, muchacho anomrmal, NÚMERO! ¡Que por qué NÚMERO vamos! ¡NÚMERO! ¡NÚMERO! ¡¡¡NÚUUUUMEROOOOOO!!! ¡¿Ahora sí me entiendes, coño?! ¡¡¡NÚMEROOOOOOOO!!!"

Yo me le quedo mirando, entre asustado y muerto de la risa como estoy ahora. Y digo: "Aaaah, NúMEROOO. Ah, okeeey..."

Sencillamente no seguimos jugando ese día. Hoy, profesionales de treinta y pico de años, los dos todavía nos reímos del episodio. Y yo agradezco que algo haya impedido que me haya reventado un jarrón en la cabeza o algo.

Prueba de que, si uno se descuida, la mente simplemente se va a huelga. Así que mosca.

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3 Responses to Cuando la mente simplemente se rehúsa a trabajar

  1. Anónimo says:

    55555555555

    Bueno, puedes agregar que me enviaste mi dirección de blog para que leyera esto...

    555555

  2. Te diré "agüevoniao" así me digas "miserable", jejeje! Pero no puedo hablar mucho: yo soy de los que está en el mercado y cuando quiere saber la hora, mira la pantalla de numeritos de la sección de carnicería. O_o Distracción al ataque, viejito.

    Un saludo, compadre.

  3. Zz: ¿No te digo? El cerebro estuvo de huelga ese día.

    JTM: Mira miserable... mi ahijad@ sabrá esas cosas, así que trátame con cariño, jejeje.