La vida en las letras: mi homenaje a los libros y la lectura

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Manuel Caballero, en su genial El Placer de Leer, describió su infierno particular como una enorme biblioteca llena de todos los libros que él ha leído. Cualquiera que tenga la devoción por la lectura que tenía el ilustre historiador sabe muy bien de lo que habla: ¿más nunca poder descubrir el mundo sin mapear que es un libro nuevo? Sólo a Satanás se le podría ocurrir algo así.

Tuve la inmensa fortuna de ser hijo de la hija de un escritor, de modo que soy descendiente de una línea de lectores insignes. Mi madre siempre animaba la lectura en mí, corrigiéndome con una severidad que imagino sólo era comparable a la que ella recibía de sus padres. Y es evidente que su herencia quedó: estando embarazada de siete meses de mi hermano, mi padre una vez la encontró sentada en la cama, con El Exorcista de William Peter Blatty apoyado de su enorme barriga. “Es que está demasiado bueno y no me quiero quedar dormida”, fue la excusa. (A los dos días fue a ver la película. A los que conocen a mi hermano, ahora entienden.)

Siempre han habido libros en mi casa, silentes testigos de los quehaceres del hogar, de modo que yo siempre tenía un compañero de viaje que yo tercamente insistía en llevarme aún a los viajes más cortos. La única vez que he ido al Campo de Carabobo cometí la blasfemia de estar leyendo mientras mi papá nos llevaba (en mi defensa, era sorpresa y ni me enteré a dónde íbamos). Mi hermano se rehusó durante años a regalarme más libros, pues no podía concebir que no importa el grosos, a los tres días el libro estaba terminado. No podía entender lo que entiende ahora: una vez que empezaba el viaje, debía terminarlo a como diera lugar.

Ahora de mayor extraño esos momentos en que podía tomar un libro cualquiera y perderme horas en él, como quien se lanza en un bosque en el que ha crecido toda la vida. Los momentos en que he podido estar totalmente abstraído con el amigo hecho de hojas y tinta, o su equivalente digital, han sido bien escasos. Lo bueno es que los libros siempre están ahí; quizá en algunos casos pasen de moda, pero los que uno ama con sinceridad se quedan por siempre, esperando a que uno los reencuentre. Ya sea  Rayuela de Cortázar, Ender’s Game de Orson Scott Card, Jurassic Park de Michael Crichton, cualquiera del “Gabo”, La Ilíada, La Odisea, La Hora Loca, Caracas Muerde, libros de ensayos o de humor, libros de historia narrada, uno puede saber que en cualquier momento, sus personajes te toman de la mano y te llevan a un oasis de la realidad que igualmente estará allí cuando regreses. La cosa es encontrarlos.

Gracias a Dios por los libros, por cada libro viejo que quiero leer y cada nuevo que estoy por encontrar. Espero que hoy hayan podido encontrar un buen momento para estar con uno; estoy seguro que hizo su día mejor. ¡Feliz Día de la Lectura!

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#GraciasGabo

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“Años después, frente a la pantalla del computador, Juan Carlo Rodríguez recordaría la primera vez que vio las palabras del Gabo hablarle, y lo poco que las comprendió entonces…”

Sabrán perdonar mi pequeña blasfemia. Pero como tantos otros latinoamericanos –en especial, periodistas latinoamericanos—Gabriel García Márquez es, y estoy seguro seguirá siendo, la fuente de la que bebemos a la hora de expresar nuestros pensamientos. Gracias a él, todos vivimos en Macondo, todos sonreímos al ver una mariposa amarilla, todos soñamos un poco más. Ahora que murió, a los 87 años de edad, como leí en Twitter, todos sentimos que perdimos un tío.

El Gabo para mí fue un gusto que no adquirí sino mucho después, cuando la madurez finalmente decidió tocar a mi puerta luego de años dejándome ser niño pasada la edad mínima requerida para serlo. Mi primer encuentro con él fue El Coronel No Tiene Quien Le Escriba, la aún cierta historia de un viejo militar que espera infructuosamente por su pensión (una historia que le tocó de cerca al propio escritor). Fue de las tantas lecturas requeridas en bachillerato, y como tanto chamo ignorante, no la entendí. Sólo me resultó puerilmente cómico el uso de la famosa última frase; de resto, la frase “¿Y este ganó un Nobel?” surgía más de una vez en mi cabeza.

Un año después, me tocó con Crónica de Una Muerte Anunciada. Fue el primer libro con el que me dormí leyendo, y no porque el sueño me venciera; me aburrió mortalmente. No podía esperar que a Santiago Nasar le terminaran descuartizando y raspar la asignación (que insólitamente no sucedió). Así que el nombre de García Márquez se mantuvo lejos de mi cabeza durante mis años formadores, años en los que mi cerebro quería rebelarse a mi corazón y me decía que debía dedicarme a la ciencia, que mi amor por los animales debía canalizarse a la veterinaria.

Pasando las páginas a otra parte de mi vida. El corazón había ganado la batalla en ese entonces, y ya sabía que la ciencia era más un “hobby” que una carrera, que lo mío era escribir (primero publicidad, luego periodismo). Hoy me encuentro frente a la biblioteca de mi madre, herencia de mi abuelo el poeta, el escritor, el ensayista. Docenas de títulos se reían conmigo, como puertas diciendo “bienvenido”, “pase”, “adelante”. Hasta que vi un libro blanco, con octógonos azules rodeando un título. Y ahí estaba el nombre que había evadido tanto atrás, con letras que retumbaban en las páginas de los periódicos que ahora consumía con sagacidad y café: Cien Años de Soledad. Lo abrí, y las palabras que casi todo latino conoce de corazón, al menos de referencia, me adentraron al mundo de los Buendía, con el sabio Melquíades, con la férrea Úrsula, la bella Remedios. En dos días afiebrados, mi manera de pedir perdón por mis transgresiones anteriores, Gabo y yo nos reconciliamos, para más nunca mirar atrás.

Cuando finalmente me asenté en la cama que es el periodismo, Gabo siguió siendo referencia en todo momento. Finalmente Crónica ocupó el lugar de reverencia que debió ocupar todo el tiempo en mi biblioteca. El coronel y yo nos tratamos con respeto al fin, aunque, pobre, tampoco de mí recibió el respeto que tanto esperaba recibir. Descubrí el amor de Florentino Ariza y Fermina Daza como el sueño de amor perfecto que aún me elude, y aún lo veo como el gran demonio que deseo me posea. No he asistido aún a los funerales de Mamá Grande, ni he escuchado el relato del náufrago, ni me he perdido en el laberinto del general o pasado por el otoño del patriarca. Pero eso es algo que me alegra, aún ahora que lo hemos perdido: aún me queda tanto por descubrir de él, que, como dijo Isabel Allende, otra grande nuestras letras que tengo aún más cercana que él (historia que ya contaré), para no llorarlo, lo seguiré leyendo.

Ante todo, Gabo se mantuvo periodista. “El mejor oficio del mundo”, lo llamó. Y como periodista, fue incómodo al poder, con dos excepciones. La entrevista que terminó siendo El Relato de un Náufrago enfureció al dictador colombiano Pinilla, al descubrirse la verdadera razón del naufragio de ese barco. El Otoño de Un Patriarca sigue siendo la mejor y más precisa descripción de la caída de un dictador. Sí, su amistad con Fidel Castro bien puede ser considerada su mayor “raya” –es especialmente elocuente el poeta Reinaldo Arenas en sus acusaciones—pero era igualmente amigo de Bill Clinton. Fue MUY amigo de Teodoro Petkoff, al punto que ayudó a financiar al partido MAS. En uno de los Doce Cuentos Peregrinos, el último libro suyo que he comprado (jamás el último que compraré), aparece retratada su amistad con el fundador del diario El Nacional y colega escritor, Miguel Otero Silva. Su crónica sobre la caída de Marcos Pérez Jiménez –recogida en Cuando Era Feliz E Indocumentado—se mantiene como una de las más humanas y fieles historias de ese día. (de hecho, Venezuela jugó una buena parte en la formación de Gabo; Juan Carlos Zapata hace una excelente narración de esos hechos en Gabo Nació En Caracas, No En Aracataca). Ciertamente tuvo una particular visión sobre Hugo Chávez.

Gabo cerró sus novelas con Memorias de Mis Putas Tristes, el primero que compré en lo que salió. Como tantos otros, no me agarró de tal manera como los demás, y hasta cierto punto es una lástima que así es como se cerró su bibliografía. Pero Gabo seguía ahí: profunda e inigualablemente latino.

Por tus letras, por tus imágenes, por el orgullo que nos haces sentir al llamarte nuestro, por mostrar esta locura de tierra tal cual como es, con sus buenas y sus malas: gracias Gabo.

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Oda a El Cafetal

Hace una semana, caminé con una querida amiga desde Caurimare hasta Santa Paula. No por elección; no nos quedaba de otra. Salí deprimido.

Para los extranjeros: El Cafetal es una parroquia de clase media alta al sureste de Caracas, parte del municipio Baruta del estado Miranda. Se compone de varias urbanizaciones: Santa Paula, Santa Sofía, San Luis, Santa Ana, Santa Paula, Chuao, etc. Hay dos clínicas privadas ubicadas allí (Santa Sofía y Metropolitana) y un centro comercial importante (Plaza las Américas), además de otro (Santa Paula) donde abrió uno de los primeros Locatel, una cadena de “automercado de salud”. Hay un kiosco ubicado en una de las dos bombas de gasolina ubicadas en él que es famoso porque está abierto 24 horas. Un gran templo mormón está ubicado a su entrada. El boulevard que compone su avenida principal está casi siempre verde, con abundantes árboles donde incluso se han visto perezas. A pesar del aumento de la criminalidad –secuestros, principalmente—se le conoce como una zona tranquila, pues no está particularmente cerca de zonas peligrosas.

Desde que empezaron las protestas el pasado 12 de febrero, pero en particular desde mediados de marzo, los 52.000 habitantes de la parroquia están, quieran o no, encerrados. En el último mes, la expresión “doña del Cafetal”, usada para referirse a mujeres mayores (o no tanto) para lo cual nada que este Gobierno haga está remotamente bien, mucho menos sus seguidores, ha sido más justificada que nunca.

Caminar desde Caurimare a Santa Paula son aproximadamente dos kilómetros. Parte de ello en subida. En ese espacio, hay al menos 25 barricadas hechas por los vecinos tanto en protesta contra el Gobierno como protección contra bandas armadas como, en palabras de uno de los muchachos que cuidaban las barricadas, para sacar a los demás “de su indiferencia”.

No puedo creer que haya mucha indiferencia después de lo que vi.

Las barricadas van desde algunas bolsas de basura y ladrillos puesto en fila hasta un poste de luz, alcantarillas, sofás y vallas de madera. Sí, un poste de luz. Supongo que esto es lo que siente alguien que camina en una ciudad sitiada. Muchachos (y muchachas) de alrededor de 20, o veintitantos años, parados con sus caras tapadas. Cerca de una, un grupo de personas de todas las edades estaban cerca de una, cuadrando acciones, estimando turnos. Algunos carros pasaban con mucho cuidado, pero era complicado, como se imaginarán. Mi amiga me contaba que en algunos sitios habían puesto alambre de púas en las aceras. El taxista que finalmente encontré para que me llevara a mi casa, porque había dejado a un hombre a pocos metros frente a nosotros, me contó que hace unos días un compañero trató de pasar una barricada en días anteriores, y una muchacha “bonita, parecía una miss, como de 19 años”, le arrojó un ladrillo y le reventó un vidrio.

Esta misma amiga ya ha asistido a dos asambleas de ciudadanos que, en ambos casos, terminan en violencia. En la primera, una joven estudiante de Comunicación Social sugirió que se abriera un canal en las barricadas para emergencias; habrías jurado que sugirió que abrieran las puertas de sus casas a los malandros. En la segunda, un estudiante de Ingeniería (Dios bendiga a los estudiantes) propuso que se usara el 1x1: como había tanta gente de otras partes viniendo a trabajar, y que se veían obligados a caminar ya que el transporte no podía pasar, que se aprovechara para hablar con ellos, tomarse un minuto para escuchar por qué apoyaban al Gobierno, si lo hacían, y otro para explicarles por qué hacían lo que hacían. El comentario en la parte de atrás: “este seguro es chavista”. En ambos casos, sus familias debieron llevárselos antes de que los lincharan. Una amenaza, por cierto, que le llegó a mi amiga en mensajes de grupo de los vecinos: “Si vemos a alguien que no conocemos, lo lincharemos”.

(Claro, el 6 de abril la policía les dio otra excusa a los cafetaleños de su radicalismo; se hicieron infames las fotografías de una señora que fue a tratar de dialogar con los efectivos de la Policía Nacional Bolivariana, y mientras se alejaba le dispararon por la espalda. Bello que les quedó, desgraciados.)

Me recuerda panfletos que estuvo circulando por Catia la semana pasada, y siempre circulan cada cierto tiempo, en la que los colectivos de la zona, organizaciones que ya han sido acusados varias veces de violencia en contra de marchas opositoras –el líder del colectivo La Piedrita, Valentín Santana, es un hombre buscado—donde aseguraban que no permitirían “guarimbas” en la zona. “¡Que nadie se equivoque, Catia es chavista!”, cerraban. Explíquenme cuál es la diferencia.

Y ahora leo lo que le pasó a Aglaia, luego que fue citada por un periodista de la BBC (luego pidió que su nombre fuera removido del reportaje). Me hace preguntarme, al igual que ella, ¿por qué país estamos luchando? Criticamos –y se debe criticar—que el Gobierno busca imponernos un socialismo que la mayoría ya dijo no querer, en 2007; y no tenemos problemas en imponer el encierro a los vecinos (aunque muchos no se quejen, pero muchos sí lo hacen) y que los empleados no puedan llegar a sus trabajos. Criticamos –y se TIENE que criticar—que el Gobierno decidió excluir a una parte de la población, tratarlos como enemigos, pero nos limitamos a defender NUESTROS espacios, en vez de defender NUESTRO país. Típico venezolano: “mientras yo estoy bien, qué importan los demás”.

Supongo que yo también seré atacado, insultado, llamado “bobositor”, “indiferente”, “habitante de Narnia”, “egoísta” (ja, egoísta…) y demás motes que los que yo llamo “oposicales” acostumbran a llamar a los que nos rehusamos a caer en el radicalismo. Nuevamente, explíquenme la diferencia entre los que llamaban y llaman a los otros “escuálidos”, “oligarcas”, “fascistas”, “chuckys” y demás. Asumen que es por las guarimbas que la atención mediática vino, que los cancilleres de Unasur están aquí. No me atrevo a decir que es por eso, pero díganme, ¿creen que los que votaron por el Gobierno están impresionados? En particular cuando le dices cosas como “huevón, reacciona”, ¿logras algo? Gente, ustedes no son la pesadilla del Gobierno, son su sueño húmedo, pues refuerzan su tesis de “ellos contra nosotros”. Definitivamente, las palabras de Francisco Toro, fundador de Caracas Chronicles, escribió en febrero.

Las protestas de clase media en áreas de clase media sobre temas de clase media sobre gente de clase media no son un reto al sistema de poder chavista, son parte del sistema de poder chavista.

Hace un tiempo, cuando la crisis eléctrica durante una sequía particularmente fuerte, acompañé a mi ex esposa a una cita médica, cerca de la clínica Santa Sofía. Entre las que esperaban estaba una señora mayor, la propia viejita dulcita. Me empecé a quejar del calor, y mi ex igual. “Ay no, yo quiero que siga”, dijo la doñita. “Eso lo perjudica a él (Chávez)”. “¿Y usted cree que lo perjudica a él solo, señora?”, pregunté. “Claro que sí, los demás que nos aguantemos, pero eso lo perjudica a él y termina cayendo”, fue la respuesta. “Por mí que haga MÁS calor”.

Doña del Cafetal, indeed.

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Un paréntesis: Más libros, menos balas

Un mes. Un largo mes de tribulaciones ha pasado el país mientras escribo estas líneas que ustedes, amables lectores, están empezando a leer. Hay 22 seres que no volverán a ver un amanecer, 300 que vieron comprometida su integridad física en diversos grados de gravedad, mientras varios millones se preguntan cuándo regresará algún atisbo de normalidad y otros millones esperan una verdadera normalidad.

 

Uno de esos personajes que uno agradece al Twitter haber encontrado, John Manuel Silva, mencionó una vez una situación harto familiar: que la gente le reclamaba cómo podía estar pendiente de salir, del cine, de un libro, de cualquier cosa, “mientras el país se caía a pedazos”. “Al contrario”, escribió (estoy parafraseando, pues no encuentro el escrito como tal), “creo que este es el momento de leer más, de encontrarnos más, de querernos más”. Muy de acuerdo. Lo mismo “sufrí” yo hace dos domingos con la entrega del Oscar. Escribió una muy querida persona en Twitter. “Es el colmo que haya gente pendiente del Oscar mientras bombardean Altamira”.

 

Pero hacen falta los paréntesis. Un escape al cine. Una llamada a la mamá. Un viaje a las páginas. Porque son el oxígeno que necesitamos para poder transitar el mientras tanto. El recordarnos por qué peleamos, por qué no nos queremos conformar con la “normalidad” que se nos viene. Porque normal es tantas cosas que no tenemos ni cuando no hay protestas.

 

Es por eso que un grupo de amigos nos reunimos en el café que es Twitter a hablar de libros. Porque de una forma u otro, los libros son lo que nos identifica a todos, uno de los factores que los cuatro teníamos en común. Y decidimos recomendar cinco títulos clásicos y cinco títulos modernos, y nuestra explicación de por qué lo escogimos. Porque cuando uno lee, uno quiere un mundo en que podamos seguir leyendo, sin pensar en lo mal que estamos. Porque queremos estar en un mundo mejor. Así que aquí les dejamos para todos los interesados, cuarenta libros que esperamos visiten por primera vez o sigan visitando sin pena, porque qué falta hace un mundo en que haya más libros y menos balas.

 

Adriana Bertorelli

 

Karla Pravia

 

Julio César Mármol

 

Un servidor

 

He ahí nuestra contribución. ¿Cuáles proponen ustedes?

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“Yo te daré paz. MI paz”

grooveshark

Hoy me di cuenta de dos cosas fundamentales. La primera fue que no puedo escapar de la realidad del país ni que lo intente. Hoy decidí olvidarme de las tres semanas from hell que todos hemos vivido de una manera u otra, y me lancé al Trasnocho Cultural. Entré con una amiga a ver la impresionante 12 Años de Esclavitud, para pagar mi deuda con Oscar y ver su gran consentida. Steve McQueen y su compañía hicieron excelente trabajo, por decir lo menos.

 

Como a una hora de la película, tal vez menos, una pareja se para y empieza a irse. En la puerta, una señora se voltea y dice a todo pulmón, “¡Así estamos nosotros! ¡Así estamos!”, y se fue.

 

Ayer, vi cómo dos personas ponían en Twitter los nombres y direcciones tanto de personas que montaban barricadas como de miembros de supuestos colectivos. Vi incluso a alguien decir “Si tienen cacerolas vayan a tal lado, que Roque está comiendo ahí”. Veo chavistas abiertamente amenazando gente con 9 mm. Veo los ataques de opositores en las barricadas. Vean cómo mi amigo Cristian Hernández fue batuqueado contra el piso en Altamira (esa es la foto que está arriba). Sin ir muy lejos, vean cómo hay una batalla campal en Altamira todas las tardes.

 

Y sólo pienso que, desde algún lado, alguien se come su dulce de lechosa del más allá y se ríe: “Ji, ji, jiiii…”

 

No fue hasta que leí este post del blog Caracas Chronicles que me di cuenta. Más allá de cualquier bien que el ex presidente haya hecho para un sector del país, también hizo un daño enorme. Porque aquí ya todos, consciente o inconscientemente, estamos tomando el estilo del “Gigante” para muchas cosas, y no de la mejor manera. Aquí ya no se dialoga, aquí se impone, y se ve todo en blanco y negro. O estás conmigo o estás en contra de mí. Punto y se acabó. ¿Y cómo nos ha servido hasta ahora?

 

Muchos de la oposición se han radicalizado porque ya la situación está tan grave que la posibilidad de soportar esto hasta las elecciones de 2019 o hasta la mitad de período de Nicolás Maduro, cuando se le puede convocar un referéndum revocatorio, es inaceptable. No es que les pueda discutir, ni quiero: una inflación de casi 60%, una escasez de bienes inédita, una inseguridad rampante… Si esto es así al primer año de gobierno de Maduro, ¿cómo será hasta 2019?

 

Pero entonces, consideren la alternativa. Supongamos, por alguna intervención divina –o “divina”—Nicolás Maduro renuncia. Dudo que sea él solo, pero vámonos a ese supuesto. Si el Presidente renuncia dentro de los primeros cuatro años del mandato, según el artículo 233 de la Constitución, lo debe tomar el Vicepresidente. Se convoca a una nueva elección en 30 días. Ajá. ¿Se imaginan a Jorge Arreaza aflojando las cosas? Si creen que las cosas fueron dudosas luego de la muerte de Chávez, para asegurar que Maduro fuera electo –y de vaina lo lograron—, ¿cómo creen que la aplicarán si Maduro se les acobarda y renuncia?

 

Otra alternativa que he escuchado es que los militares le exijan la renuncia. Suponiendo que eso suceda, en un país donde las malas lenguas afirman de lo bien que vive el alto mando (los mismos que critican la casa en la que vive Ángel Vivas), recuerden que ese mismo mando militar son los que, sin mucha duda, le deben lealtad al que la revista The Atlantic llamó “el Frank Underwood de Venezuela”. Yo soy de los que está convencido que si los militares en efecto tumban a Maduro, es porque nuestro Frank particular lo ordenaría. No sé si llegaría a Presidente, porque estoy convencido que el tipo intimida más que mueve. Supongo que movería la vida para montar a alguien más cercano a él, y considerando la fama que el hombre tiene, ahí sí implicaría una guerra civil sacarlo. Y sabes, no.

 

Otra más: que TODO el gobierno renuncie. Maduro, Diosdado , Arreaza, Luisa Ortega, Carmen. Todos sin excepción. Una sola persona tuvo el tupé de recomendarme eso. No he conocido a nadie más que tenga esa temeridad. Mejor ni la consideramos.

 

Y la última, casi tan temeraria: que en efecto aquí vengan los Marines. Permítanme remitirlos a lo que sucedió en la Organización de Estados Americanos. Panamá había solicitado que la OEA convocara a los cancilleres de los países para analizar la situación de Venezuela. 29 votaron que era prematuro; Estados Unidos, Canadá y, claro, Panamá, votaron en contra. Claro que en ese contexto, este desafortunado titular de la agencia EFE –“Protestas en Venezuela alejan a Maduro de la OEA”—se entiende mejor: ya Venezuela apunta hacia la Unión de Naciones Suramericanas, para excluir a EEUU y Canadá, y donde, otra vez, el legado de Chávez actúa: atreverse a ir contra una nación hermana es traición al Sur entero. Si Venezuela dice que está actuando contra “grupos de derecha” que los quieren derrocar, pues esa es la verdad y punto. Y si Colombia, Chile y Panamá se atreven a abrir la boca para criticar, pues plomo (verbal) con ellos.

 

Entonces en ese aspecto, piensen que EEUU tuviera el tupé de mandarnos a invadir. Primero, el resto del mundo lo repudiaría, porque ya esto no son los 80 donde invadir a Panamá o a Granada no se recibe con un “ay que horror” y ya. George W. Bush bastante hizo para destruir la imagen de EEUU, y Barack Obama, a pesar de las “gaffes” que tenga, lo sabe. Una invasión de los Marines aquí sería tan descabellada como pensar que todo el gobierno renunciaría. Y honestamente, chicos, por favor, vamos a querernos un poquito; yo no quiero ser Irak, donde luego que se fue EEUU, el Gobierno está pariendo para controlar los grupos insurgentes. No gracias.

 

Entonces, ¿qué queda? No le va a gustar a mis amistades más radicales. Para desgracia de ellos y de la mayor parte de la oposición, la Mesa de la Unidad Democrática está venida un poco a menos, sin haber sabido bien cómo capitalizar las evidentes fallas que tiene Maduro. Entonces los más radicales de la oposición han surgido, y a esos siempre ha apuntado el Gobierno (otro legado de Chávez), haciéndolos ver como que ellos son la visión general de la oposición. Leopoldo López comenzó a hablar de “La Salida”, y automáticamente el Gobierno lo llamó fascista y lo encarceló. Empiezan a surgir las guarimbas, y quien las critique –empezando por mí—reciben la bendita pregunta: “Bueno, ¿y tú qué propones?”. Incluyéndome. La genial Naky Soto respondió esa pregunta mejor que yo:

 

Concentrémonos en un objetivo por vez. Seamos obsesos en la obtención de libertad plena para todos los apresados por protestar. Lograrlo supondrá un hito contra la criminalización de la protesta, estimulando la multiplicación de protestas creativas, como las de varias regiones que han logrado sumar gente siendo menos fervorosas en la potencial respuesta represiva de los cuerpos de seguridad del Estado, proyectando las razones de la denuncia y no la violencia obtenida por denunciar. Que la noticia sea la denuncia y no la violencia política.

 

Y luego, al fin, está Henrique Capriles. Una amiga mía que lo amaba con pasión ahora de casualidad y lo quiere ver. En especial después de esta entrevista con el diario El Tiempo de Colombia, donde finalmente explica por qué no apoyó a “La Salida”.

 

Quién quiere más cambio que yo en Venezuela, que he sido un afectado directo. Fui candidato en una elección que denunciamos amañada (la elección presidencial del 14 de abril de 2013), que no fue transparente, presentamos pruebas, agotamos la institucionalidad interna y terminamos en una instancia internacional por la situación de los poderes, que son los que tienen a Maduro allí.

Maduro ocupa la Presidencia por el control de los poderes, porque aquí se hubiese hecho la auditoría y se cae esa elección. Nadie tiene por qué dudar de que Capriles no quiera que cambie el Gobierno. Soy el primer interesado en que cambie el Gobierno. Pero, cuál ha sido mi planteamiento, que esa frase ‘Maduro, vete ya’ no conecta (con las mayorías). Eso fortalece una polarización que no ayuda, está claro que simplemente con la polarización no vamos a imponer el cambio.

Ese mensaje no conecta con los venezolanos que viven en los sectores populares. La mayoría de los venezolanos vive en barrios populares y ese mensaje no suma descontento. Para lograr un cambio en el país tienes que aglutinar todo ese descontento, toda esa fuerza que rompe la polarización.

 

Eso no quiere decir que considere que Maduro deba quedarse. De hecho, está claro que debe irse.

 

Porque no hay alimentos, porque la inflación es la más alta del mundo, porque la inseguridad crece, porque no hay empleo, porque las empresas están cerrando, porque la corrupción sigue galopando y no pasa nada, porque el Gobierno dice que no hay dólares pero ellos montaron el control de cambios y saben que se robaron 25 mil millones de dólares.

Si eso no lo llenas de contenido, no vas a lograr el cuándo. El cuándo no lo sabes tú, no lo sé yo, lo que te puedo decir es que si tu construyes un movimiento social, y tienes cómo hacerlo porque el descontento está, eso te va a permitir cambiar la posición de fuerza. ¿Cuál fuerza? No las armas, la fuerza para que una crisis política tenga el apoyo para plantarse frente al Gobierno y decirle: o usted cambia o nosotros cambiamos al Gobierno.

¿Qué planteaba yo con las elecciones municipales? Quedar en esa posición de fuerza. Frente a un robo electoral (los comicios presidenciales del 14 de abril), vamos a un proceso que es más fácil para resguardar (el municipal), vamos a convertirlo en una elección que nos permita quedar en una posición de fuerza frente al Gobierno para activar cualquier salida constitucional.

Al no lograr eso, qué hace el estratega: vamos a reorganizarnos, a recontarnos, a reaglutinarnos, vamos a dedicarnos a sumar porque sabemos que esa crisis nos va a permitir sumar gente y pasamos a la ofensiva.

¿Cuál es la autocrítica que hago? Esa visión no se la explicamos en detalle a un sector del país que es la clase media, no orientamos, no tuvimos un discurso para la clase media. Vino ese discurso que decía ¡vamos a sacar al Gobierno ya, salgan a las calles! y hubo un sector que reaccionó.

Ahora, no creo que lo que hoy hay de protesta esté vinculado a eso. Ya eso quedó atrás. Incluso, los que plantearon ‘La salida’ (Machado y López) ya no hablan de eso.

Esto ha ido migrando a un movimiento en la calle, que hay que seguir orientando para que se conecte con la protesta social. El año pasado hubo 5.000 protestas en el país. Esa protesta social no es excluyente de la protesta de los estudiantes, tienes que hacer que se encuentren y ese es el reto que tenemos ahora.

 

Esta clase de discurso no está calando en los mismos sectores de antes porque ya el grado de crispación está llegando a un punto que asusta. La idea de sentarse a dialogar con el otro, lograr un consenso, no existe. Debe ser destruido, humillado. Me asusta de pensar que uno de estos radicales llegue al poder. Si ahorita hay protestas violentas, ¿cómo sería así?

“Ji, ji, jiiii…”

Señores, a estas alturas creo que si esto no se resuelve por las buenas, pacíficamente, aquí se instalará una dictadura completica. Bien sea la involución de este Gobierno, que ha reprimido muchísimo más que el anterior, o la instalación de otro por la vía de la fuerza, que jamás ha dejado algo bueno, sea de chavismo o de oposición. No toda la oposición juega simplemente al “vete ya”, señores del chavismo. No todo el chavismo quiere aniquilar a la oposición. No importa cuánto algunos sectores los hayan convencido de que sí.

 

Todo esto me recuerda una vieja escena en una serie de televisión, Hunter (¡que pasaban en VTV!), que dos rivales de la Tríada china están en una confrontación final. El más pacífico le replica al otro, “Yo sólo quiero paz”. La respuesta: “Y yo te daré paz. Mi paz”.

 

“Puedes ganar con la mitad de la gente. Pero no puedes gobernar con la mitad en contra”.

-John Fitzgerald Kennedy.

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