Archive for 2012

No se dejen

Estamos a 31 días de las elecciones en Venezuela, llegando al llegadero, como dicen. Esta es la época en que debía suceder algo que yo dije que si ocurría, yo empezaría a realmente preocuparme sobre los resultados de esas elecciones.

Bien, ocurrió. Lo malo es que no ocurrió como yo esperaba. En rueda de prensa desde el parque El Calvario “Ezequiel Zamora”, en Caracas, el presidente Hugo Chávez presentó una encuesta de Datanálisis, una de las encuestadoras más serias del país y una de las que, en lo personal, me parece más confiable a la hora de una medición de opinión. No recuerdo las cifras con exactitud, pero sí recuerdo una ventaja de 14,3 puntos porcentuales del presidente Hugo Chávez sobre el gobernador Henrique Capriles.

Fiel a mi promesa: empiezo a preocuparme.

Claro, hay que decir que no creo que Luis Vicente León haya entregado al Gobierno los resultados de su estudio, en primer lugar, porque esos estudios fueron realizados a solicitud de un cliente privado que pagó una fuerte cantidad para que se hicieran. En conversaciones que yo mismo he sostenido con el director de Datanálisis (y por extensión, con otros representantes de encuestadoras), León me ha aclarado que ellos no anuncian los resultados de sus encuestas, sino que los entregan a los clientes y ellos deciden si los hacen públicos o no. Segundo, León siempre ha tratado de mostrarse imparcial, como demuestra en su cuenta de Twitter, y por ello ha recibido ataques de lado y lado –un compañero que sigo en esa red una vez me comentó lo incómodas de sus verdades, una afirmación que yo sostengo— pero sí se ha identificado con la oposición con anterioridad, así que me permito dudar que el Gobierno haya contratado a su empresa para un estudio de opinión. Así que con el perdón, sospecho juego sucio en la manera en que el Gobierno haya obtenido esa información.

Pero obvio, eso no cambia los números que allí presentaron. No cambia el hecho que Datanálisis, como ya dije, es una de las firmas más serias y respetadas en el país; junto con Consultores 21, y para hablar con terminología beisbolera, tiene el average de bateo más alto en las encuestadoras del país a la hora de predecir una elección, cosa que dudo de Hinterlaces, IVAD, Mercanálisis y en especial de GIS XXI, fundada por el ex ministro de Ciencia y Tecnología, Jesse Chacón. (Lo siento; ese pana tiene demasiada afinidad con el Presidente. Demasiada.)

SI de verdad esos son los números de Datanálisis –y Luis Vicente León ha estado callado—pues esos son los números: Chávez ganaría con 14 puntos por encima de Capriles. Más o menos dos millones y medio de votos.

Las últimas semanas se nota que la cosa no es que esté tan distendida, porque ciertamente la campaña se ha calentado por parte del Gobierno. Las palabras “jalabola”, “fascista”, “neoliberalismo” y “paquetazo” se unieron a “majunche” en el léxico del Presidente para referirse a Capriles. La última salió de declaraciones de David De Lima, ex gobernador de Anzoátegui, y apenas hace unas horas, William Ojeda, diputado de la Asamblea Nacional. Ambos denunciaron un plan oculto del comando de campaña de Capriles, un plan de Gobierno que llevaría a Venezuela a un vuelco a la derecha al estilo de Mariano Rajoy en España (de hecho De Lima comparó a Capriles con el actual presidente del gobierno español). Que el hecho que tanto De Lima como Ojeda empezaron su carrera política como miembros del Movimiento Quinta República y luego militaron en la oposición, Ojeda en particular, monta algunas sospechas, y yo por lo menos quiero pensar que es un intento por el Gobierno de meter miedo a los indecisos y opositores “flojos”, y de tanto De Lima como Ojeda de volver a lucir.

(Un aparte sobre Ojeda: el hombre ha tratado en cuatro ocasiones de ganar la alcaldía del municipio Sucre, una vez con el MVR y tres con la oposición, primero con su partido Un Solo Pueblo y luego con Un Nuevo Tiempo. En las últimas elecciones regionales, cuando Leopoldo López fue inhabilitado y no pudo presentar su candidatura a la Alcaldía Mayor de Caracas, Ojeda fue propuesto por UNT, a pesar que Antonio Ledezma había sido el candidato por consenso –y eventual ganador—.)

¿El daño ya está hecho? Quizá. Pero yo destaco algo que Luzmely Reyes, jefa de política de Últimas Noticias (y una excelente persona), escribió en su columna del pasado domingo. Menciona que en las encuestas, las respuestas a “por quién votaría usted si el presidente Chávez no se puede presentar”, la opción no es Elías Jaua; es Capriles. También destaca que se podría leer que, o es Chávez, o es ninguno. Considerando que el cáncer parece que ya no es un problema –y si lo es, Reyes destaca, se está evitando como la plaga—yo no me preocuparía tanto porque Chávez no se va a presentar. Lo que sí quiero destacar es la última parte de su columna.

Pero si eso pasa allí, del lado de la oposición sucede una situación de descreimiento que puede afectar la opción de Capriles Radonski. Como algunos saben, el voto opositor suele ser muy sensible y huidizo. En general, cuando se le pregunta a los encuestados "quién cree Ud. que va ganar", la mayoría afirma que Chávez, incluso aquellos que votan por Capriles. 

No hay que confundir este indicador "percepción de ganador" con intención de voto, pero los expertos advierten que es como una señal de alerta sobre una posible abstención. Si un votante piensa que su opción no tiene vida, puede terminar por no asistir a las urnas.

Tal situación se parece a la que se presentó en el referendo por la reforma constitucional en 2007. 

Aquella vez, los estudios mostraban que el NO estaba preñado de abstención. Los que preferían negar la petición del Presidente se abstenían porque creían que Chávez ganaría. Cuando factores de oposición se dieron cuenta de esto, comenzaron una agresiva campaña llamando a votar. La recta final de aquella campaña fue emocionante, porque también obligó al Presidente a moverse para reducir la brecha que se iba a abriendo. 

El referéndum por la reforma constitucional ha sido la única ocasión  que la oposición ha ganado una elección al presidente Chávez. Y la ganamos con una abstención de 44,11%.

No nos dejemos meter miedo, gente. Sí, no se puede negar que, al apelar a la mayor demografía del país, el Presidente siempre tendrá una ventaja legítima. Pero asimismo, siempre usa el temor como un arma. Ha dicho reiteradamente que si Capriles ganara, se acabarían las misiones, se privatizaría PDVSA, se eliminaría el gasto social, incluso se llegaría a una guerra civil (más palabras de De Lima que suyas). Yo espero pensar que nadie sería tan idiota.

Analicemos brevemente: gente que ha recibido atención médica gratuita por primera vez en su vida, ha recibido una vivienda propia (con condiciones) luego de vivir en un rancho, que ha recibido una educación (no muy avanzada, pero educación al fin) por primera vez en su vida, ¿va a llegar un gobierno a decirle “eh, mira, disculpa, pero ya no lo puedes tener”? ¿Es que creen que no se aprendió nada del Caracazo? Al mismo tiempo, debo destacar el mal estado de las carreteras y hospitales, la demora en resolver la vivienda, los constantes apagones y otras deficiencias en servicios básicos, las condiciones con las que te dan las viviendas en la Gran Misión Vivienda Venezuela (no te dan un título de propiedad, así que no puedes ni venderla, ni alquilarla ni modificarla) y un largo etcétera para decir que estos 14 años tampoco es que hayan sido un ejemplo a seguir. Chávez lo que sí hizo, como ya dije una vez,  es aumentar nuestra conciencia socia, demostrar que no se pueden ignorar las necesidades de la gente, del pueblo, durante tanto tiempo. Como tampoco demostrar l’estat c’est moi constantemente.

En pocas palabras, gente: una encuesta es sólo una fotografía de un momento. ¿Que la encuesta de Datanálisis demuestra una ventaja? Sí. ¿Que ya es seguro que va a ganar? No. ¿Que va a ganar seguro si no vamos a votar? Pero de bolas que sí.

A VOTAR CARAJO.

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¿Hay que defender a Assange?

235867011_d41dcec2ccc7Todo el asunto Wikileaks es imposible de ignorar como periodista, por todas las aristas que tiene. Por un lado, hay espionaje que haría a John Le Carré y Tom Clancy llorar de la emoción; por otro, hace ver a Bob Woodward y Carl Bernstein parecer periodistas de farándula; y por otro, puede causar más problemas diplomáticos que un Corán quemado en la embajada de Israel en Marruecos.

 

El 19 de junio, luego que agotó todas las posibilidades para evitar la extradición a Suecia, donde se le investiga por la supuesta violación a dos mujeres, desde Gran Bretaña, a donde había huido en 2010, Julian Assange, violando un arresto domiciliario que por supuesto no le importaba, se refugió en la embajada de Ecuador de Londres y solicitó asilo diplomático. Luego que hasta el famoso juez Baltasar Garzón anunció que defendería al australiano (mal hecho si no sabes quién es Garzón), y su madre Christine fue a pedirle al presidente ecuatoriano Rafael Correa que lo ayudara, el 16 de agosto, como todo el mundo esperaba, Rafa le otorgó el asilo, alegando que, “de darse una extradición a Estados Unidos, el señor Assange no tendría un juicio justo, podría ser juzgado por tribunales especiales o militares y no es inverosímil que se le aplique un trato cruel y degradante y se le condene a cadena perpetua o a la pena capital, con lo cual no serían respetados sus derechos humanos” , según leyó de un comunicado el canciller ecuatoriano Ricardo Patiño. Si hemos de creer cómo se está tratando a Bradley Manning, el soldado de 24 años que es acusado de ser una de las fuentes, quizá Assange tenga un poquito de razón.

 

Si a estas alturas no entienden el cuento de Wikileaks –supongo que en la cueva que viven no llega el Internet—aquí tienen un resumen. Ciertamente opino que es un caso fascinante y a la vez asqueante. Por un lado, Julian Assange es el sueño de todo periodista y la pesadilla de todo político: un hombre que ha armado una red de fuentes secretas y eficientes que lo han provisto de los sucios secretos que nadie quiere que se sepa. Mi primer contacto con todo el portal fue el llamado “Collateral Murder”, el video del ataque desde un helicóptero Apache donde murieron doce personas, incluyendo a dos periodistas de Reuters, Saeed Chmagh y Manir Noor-Eldeen. Después vinieron los diarios de Afganistán, de Irak, los 250.000 cables diplomáticos de EEUU. Ni Colombia y sus “falsos positivos” se han salvado del alcance de la gente de Assange.

 

Por otra parte, al menos en el caso de los cables, sí hay que reconocer que Wikileaks ha contribuido a poner gente en peligro. La diplomacia es una forma elegante de hipocresía, donde tienes que hablar con gente que no sólo tiene visiones completamente opuestas a las tuyas, sino que te caen mal. En los cables hay embajadores que dicen cosas que podrían considerarse insultantes para los mandatarios de los países en los que sirven. Muchos países árabes pidieron a EEUU que los ayude a bombardear Irán antes que tengan una bomba nuclear. Y así sucesivamente. Olvídate del hecho que compromete las relaciones de Estados Unidos con muchos países del mundo –hasta obligaron a Hillary Clinton a pedirle disculpas a la presidenta argentina Cristina Kirchner—, la gente que escribió algunos de los cables podría ser matada. Eso sí compromete relaciones de los países. Ni hablar de los archivos de Inteligencia Global –que habla de gente que sí hace espionaje abiertamente.

 

Todo el asunto me ha hecho preguntarme: ¿cuándo es demasiado?

 

Que los gobiernos afectados por Wikileaks, empezando por EEUU, se han portado mal y la gente de Assange básicamente les bajó los pantalones y los señaló es evidente. Todos los gobiernos necesitan una mayor transparencia, y si no, necesitan personas y organizaciones que los obliguen a asumir sus responsabilidades. Assange lo que ha hecho es abrir un sitio donde esa gente se pueda desahogar. El problema es que no se sabe dónde termina la preocupación por violaciones a derechos humanos o corrupción y empieza el odio a Estados Unidos. Assange ha dicho que tiene gente que redacta los documentos que recibe, e incluso contactó a gente del departamento de Estado para que los ayudaran con ello, pero es imposible saber con  qué intenciones se enviaron esos documentos a Wikileaks al principio.

 

Y luego está la ironía que haya sido Rafael Correa quien le haya concedido el asilo. No hablemos del ALBA, que pegó el grito en el cielo para defender a Ecuador de la “amenaza británica” –la misma gente del ALBA que le negó el salvoconducto a un cierto prófugo que pasó Estamos hablando de un presidente que ha tenido serios problemas con los diarios que son más críticos a su gestión, como El Universo de Guayaquil y El Comercio de Quito, y ha cerrado varios medios menores alegando problemas fiscales (cualquier parecido…). En un análisis hecho por AFP, muchos afirman que Correa busca suavizar su posición en contra de comunicadores, a la vez que quiere consolidarse como agente antiimperialista. El hecho que Gran Bretaña hizo el equivalente a decir “me sabe a carato tu solicitud de asilo” y dijo que si tenía que entrar a la embajada a arrastrar a Assange fuera lo haría–y por detrás EEUU diciendo que no reconocen ese asilo— pone a Correa tanto como el líder de una pequeña nación latinoamericana haciendo frente con “valor” (Assange dixit) a un país del primer mundo como un héroe de los fans de Wikileaks. Way to go, guys.

 

Siempre tengan cuidado de defender a alguien a pies juntillas, incluso si simpatizas con su labor, sus misiones, su actitud o su manera de ser. Assange puede que sea el mensajero al que EEUU quiere matar por revelar lo mal que se ha portado, pero salvo algunos aspectos todo el asunto no lo veo distinto a los procesos que han venido detrás de RCTV o Globovisión en el país (posiciones políticas propias aparte). Pasa que a los que está afectando Assange son más grandes y hace más ruido si caen.

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Madurar es opcional

Bernard Purvis, abuelo de la fotógrafa Lauren Michener. Fuente: The Guardian

Orgulloso estoy de los pelos plateados que asoman –bueno, predominan— en mi cabeza. Orgulloso también de 41 años de vida vivida sana y lo más enteramente que he podido, sacando dos carreras, casándome con una hermosa mujer, viajando a diversas partes de Estados Unidos (ojalá fuera del mundo) y conociendo a gente genial a lo largo de ese viaje que se llama vida.

Más orgullos aún estoy de mi habilidad de invocar al niño que llevo dentro y lograr hacer recuerdos que me ayudan a sentirme joven. Aunque debo admitir que no siempre surge en los mejores momentos.

Mis inicios en la universidad fueron más tardíos que la mayoría, habiéndome decidido por una licenciatura a los 30 años de edad (Dios, lo digo y no lo creo). Dio la casualidad que el actual padre de mi ahijada empezó al mismo tiempo que yo, y por ser contemporáneos de edad naturalmente nos unimos en amistad. Pero no por edad quería decir que éramos los más maduros del grupo. Oh no.

En quinto semestre –sí, hace siete años, ya dejen de sacar cuentas--, veíamos Mercadotecnia con un profesor que daba la casualidad que era también el coordinador académico de la escuela de Comunicación Social. (Paréntesis necesario: este hombre era uno de los mejores profesores que hemos tenido, pero porque era una máquina: recordaba exámenes al punto que te decía en qué pregunta te equivocaste, las pizarras eran pulcras cual libro académico y podía corregir 100 tareas en dos días. Y era casado. Estoy convencido que no dormía, se enchufaba para recargar). Una querida amiga había ido al día anterior a Quién Quiere Ser Millonario, habiendo tenido una excelente participación.

La clase tendría poco tiempo de comenzada, y bueno… ¿saben cómo hay días en que sencillamente el idiota en tu ser decide trabajar tiempo extra? Bien, ese fue uno de esos días. Por alguna razón que desconozco, a Jorge y a mí nos daba risa todo. Para todo podíamos encontrar un doble sentido, un chiste, una burla… Y sentados en segunda fila con un profesor al que normalmente no se le escapa nada, esa era una situación peligrosa.

Volteamos a nuestra izquierda, y nuestra amiga ahora millonaria (con lo devaluado que el término implica) está tomando una pastilla roja de gran tamaño, que a estas alturas aún no sé si era un antibiótico, algo para el dolor de cabeza o menstrual, qué sé yo. Jorge tampoco necesitaba saberlo.

El hombre corre a su celular (sí, estábamos al lado, pero en clases y en segunda fila; no podíamos hablar sin atraer atención) y me manda el siguiente texto:

Marico, así habrá sido la celebración que mira el tamaño de anticonceptiva que se está tomando.

No me importa qué piensen, pero hay dos fuerzas en este mundo contra los que es muy difícil, si no imposible luchar, y son el sueño y la risa. El texto despertó la bestia en mí, y no la podía dejar escapar. Me puse rojo. Sudé. Lloré. Durante diez minutos, mientras trataba de escuchar la clase, tomar apuntes, lo único en que podía pensar era el tamaño de la bendita pastilla. Cada cierto tiempo, lo único que salía de alguno de los dos pupitres era un “ppppp” mientras una sonora carcajada era reprimida, so pena de ser amonestados cuales niñitos de primaria, a nuestra anciana edad. Pero una cosa era saberlo, y otra cosa era evitarlo; durante quince minutos convulsioné entre risas ahogadas.

Al fin, la marea decide pasar, y puedo respirar a un ritmo ligeramente normal. Mis abdominales se sienten duros como roca (pobre ilusión). Mi mandíbula parece engrapada con clavos. La temperatura se siente como diez grados por encima de lo real, con gruesas gotas de sudor corriendo por la frente. Pero estoy bajo control. Al fin.

Hasta que… veo el nuevo texto.

¿Chamo, de qué te ríes?

Hijo de siete castas…

Y el ciclo empieza de nuevo. “PPPP”, las lágrimas, el sudor, el intento de no estallar en risa. Ahora con fuerzas renovadas. Ahora me está faltando el aire. Y por algún milagro, el profesor, o no se ha dado cuenta, o no lo estamos molestando lo suficiente como para llamarnos la atención. Dos hombres de 34 y 31 años, casi hechos pipí de la risa a menos de dos metros de él, y nada. Quien sí se dio cuenta es la que está sentada delante de nosotros, parte de un grupito que llamábamos “las Brats”, y no porque nos cayeran muy bien (eso vino después, con esta excepción), quien se volteó y dijo, con su voz de sifrinita del Cafetal: “Ay o sea, ¿ustedes no piensan dejar el bochinche?”

Eso sólo empeoró las cosas aún más si era posible. El dique estaba a punto de estallar. Esta clase necesitaba terminar. Y necesitaba terminar YA antes que ocurriera un accidente.

Piadosamente, la clase terminó cinco minutos después. Jorge y yo salimos tan atropellados como si al baño necesitáramos ir. De cierta manera era así: nuestras caras eran como vejigas a punto de reventar.

Al estar en la seguridad del pasillo, abrimos las esclusas para que el río de carcajadas al fin pudiera salir, y reímos y reímos, hasta que las caras se volvieron carmesí, como si de eso dependiera la vida.

Es cierto: llega el momento en que uno debe aceptar que ya no se es un niño, y debe actuar en consecuencia. Dar un ejemplo a los que podrían ser sus hijos (o en el caso de Jorge, a las que lo son).

Pero también es importante recordar que los niños son la fuente de la felicidad, que cuando se es niño es más fácil ser alegre, poder reír, precisamente porque no tienes tantas preocupaciones en la vida. De modo que, de vez en cuando, ¿por qué no ceder al niño que todos llevamos dentro, y simplemente dejarse llevar por la vida?

Ese día fue la combinación perfecta de angustia y alegría. No lo olvidaré jamás.

“Envejecer es inevitable; madurar, opcional”.
-Anónimo
“ No te tomes la vida en serio; al fin y al cabo no saldrás vivo de ella. ”
-Elbert Hubbard

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Escribir por la esperanza

haiti-kids
No sé ni por qué terminé cómo terminé. Lo cierto es que hoy me levanté, me desayuné, terminé de leer 11/22/63 (increíble) y me senté en la computadora. Era un ambiente tranquilo, estaba de buen humor, así que abrí Grooveshark y puse una lista con canciones suaves. Cantaba, escribía, leía, jugaba. Y de repente sonó “We Are The World 25”, la versión más reciente de “We Are The World”, el tema de 1983 hecho para recolectar fondos para la hambruna en África, que se regrabó en 2010 para ayudar luego de la devastación por el terremoto de Haití.

Y empecé a llorar.

Masoquista como soy, cuando terminó la canción, abrí el video en YouTube. Cuando Pink empieza a cantar su parte, estoy hecho un amasijo de lágrimas. Y para rematar el momento surrealista, un pajarito se paró en mi ventana y empezó a cantar. Cuando terminó el video, me eché para atrás y simplemente miré a la pantalla. Tenía mucho tiempo que no me sentía tan vivo, tan lleno de esperanza, tan agradecido a Dios.

Ahora puedo revelar un poquito de lo que ha sido mi vida en los últimos meses. En febrero perdí mi trabajo por circunstancias que no vienen al caso, lo que ha afectado –como es de suponerse—mi estado anímico. Gracias a Dios por un diplomado de escritura narrativa que mi esposa tuvo a muy bien animarme a tomar me salvó del ocio total. Aunque agradecí más tiempo para leer y ver películas (que no hice tanto como podría pensarse), a mi edad es terrible ser improductivo. Estás en la mejor etapa cognitiva de tu vida, ya no eres ningún muchachito, y sobre todo, tienes responsabilidades de hogar.

Finalmente, hoy empiezo un nuevo trabajo (que me reservo por ahora). Estoy volviendo a mis raíces más puras, mezcladas con las cosas más avanzadas que he hecho en mis dos últimas labores. Es un nuevo reto que asumo con todo el gusto y emoción del mundo.

Recuerdo los momentos de dura depresión por los que pasé en estos meses, asustado de tener que volver a empleos que consideraba superados. Pero el video de ayuda a Haití me hizo pensar nuevamente lo fácil que es para los seres humanos hacer de sus particulares hormigueros enormes montañas, de nuestros vasitos de agua grandes océanos sin fondo. La gente de Haití sí sufrió, sí que tiene motivos para deprimirse. Y sin embargo, allá, la vida sigue. ¿Saben cuál es el índice de suicidios allá? Cero por cada 100.000 habitantes, de acuerdo a la Organización Mundial de la Salud (cifras de 2003, último año disponible). El nuestro fue de 6,5 por 100.000 (2007). El de EEUU, 22,2 (2005). Cuba, 24,5 (2008). China, 27,8 (1999). Lituania 71,7 (2009). Ni siquiera está en la lista de países con personas que más sufren de depresión (esos serían Francia, donde el 21% de su población indicó haber estado deprimido, y EEUU, con 19,5%, de acuerdo a otro estudio de la OMS). Es uno de los países más pobres del mundo, pero nadie en Haití pareciera hacer otra cosa más que tratar de sacudirse el polvero y tratar de seguir adelante.

Yo respeto muchísimo a mis amigos ateos, pero la fe es algo que me ayudó mucho en estos meses. La confianza en que Dios me estaba poniendo a prueba, que entendiera que, grave como era por lo que estaba pasando, había gente en el mundo que realmente estaba sufriendo. No sólo eso, sino saber que Él me ayudaría. También, la determinación a no dejarme amilanar por las circunstancias. Simplemente sigue buscando, Juan, algo llegará… y algo llegó. Gracias Diosito, gracias a los que me consiguieron este empleo, y gracias a todos los que me apoyaron y me siguen apoyando en este camino a la sanación completa.

Ahora, ¡a trabajar!

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Equilibrio: lo más difícil

url1Yo no bloqueo gente en Twitter. El grupo del pajarito azul es una plataforma abierta, donde uno puede y debería encontrarse con gente de todos los colores de la vida y aprender a hablar con ellos, de manera constructiva, tranquila y sobre todo abierta. Todo el mundo tiene derecho a su opinión, un cliché que creo se está olvidando en nuestras sociedad.

 

Pero hoy bloqueé a una persona (obviamente no esperen que la mencione) que, mientras critica fuertemente a este gobierno, se empeña en usar las mismas tácticas que él: despreciando a quienes no opinan o piensan igual, refiriéndose con desprecio a otros y, lo peor, celebrando la muerte de cada miembro del gobierno (la más sonora fue cuando murió Luis Tascón). Allá ella y su odio por los demás, allá ella y su radicalismo. Intolerante contra la intolerancia.

 

Admito que luego me arrepentí un poco –total, no es como si le hice un gran daño por bloquearla, de seguro hasta risa le dio—sobre todo porque creo que caí en su juego. Pero en esta sociedad, ser equilibrado es cada vez más difícil, al punto que empiezo de verdad a preocuparme por el destino del país. Gente que se mata entre sí sólo porque se les atravesó en la calle, gente que no contempla bloquear un acceso y se queja porque le reclamas, diciendo “ay gran vaina eran dos minutos”, y ni empiecen a hacerme hablar del Metro. Muchos sufren de una agresiva apatía: queremos buscar el camino más rápido para lograr lo que queremos, así signifique pasar por encima de los demás. Y el pensamiento general parece ser: “Mientras yo esté bien, ¿qué me importan los demás?”

 

En mi carrera, siempre existirá el debate de la objetividad: el periodista no se puede involucrar, limitarse a reportar los hechos, no ser la historia. Hay tantos que se han olvidado de eso, bien sea haciéndole venias al Gobierno (criticable sin importar quién esté en Miraflores) o convirtiéndose en actores políticos abiertamente. Y muchas veces, se defienden diciendo “no hemos sido nosotros quienes hemos iniciado el conflicto”. ¿Se acuerdan cuando eran niños, peleábamos con nuestros hermanos y nos defendíamos diciendo  “él empezó”? Es cierto, los periodistas no podemos dejar de ser ciudadanos preocupados por nuestra situación, pero prestarnos a inclinar la balanza a favor de una u otra tendencia es reprobable.

 

Esa ética del periodista es necesaria en este país tan convulsionado, donde gente tan radical está en el poder y quiere tumbarlo. Debemos todos entender que siempre habrán tres verdades: la mía, la del otro y la que es. Mientras tanto, debemos entender que no porque A tiene una opinión distinta a B quiere decir automáticamente que los dos están equivocados; simplemente hay que escuchar más, tolerar más. Tratemos de ser interdependientes como sociedad, como país, como persona, donde entendamos de una vez que no vamos a avanzar como país hasta que estemos TODOS bien, no si el pequeño círculo que nos rodea es el único que está bien.

 

A casi diez años desde el momento en que tomé la decisión de estudiar esta carrera, que me ha permitido acercarme a una realidad venezolana que desconocía, me ha enseñado a comunicarme mejor con la gente y una larga lista de otros beneficios y bendiciones, aprovecha el Día del Periodista para pedirle a Venezuela que “le baje dos”, que dejemos los pleitos, que entendamos que ceder ante el otro o respetar las reglas no nos hace pendejos ni huevones.

 

A todos mis colegas, los que estudiaron conmigo y los que admiro, a todos mis profesores (Acianella, Néstor, Juan Ernesto, Antonio, Fernando, Sebastián), a todos mis jefes (Lisbeth, Lorena, Antonio otra vez), que siempre nos sintamos orgullosos de esta profesión que escogimos, y que nunca dejemos de trabajar por hacer de este país uno mejor.

 

¡Feliz día, colegas!

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Los Tres Momentos (y uno de ñapa)

Por diversas circunstancias, hoy recordé una conversación que tuve con un taxista camino a un rumbo que no quiero acordarme.

Era un chamo de 37 años (sí, a esa edad uno aún es chamo, y a los 40 también), y era por estas fechas, porque recuerdo que empezamos a hablar de hijos y paternidad. Empezamos riéndonos porque su hija le había regalado una cartera semanas antes, y el pobre iluso pensó que le iba a salir doble regalo. Cuando la niña –“una tarajalla de diez años, tan alta como yo, salió a mi esposa, que también es una caballota”—no le entrega nada el propio Día del Padre, ella se defiende diciendo que “mamá no me dio plata”.

Al saber que tiene diez años, le confieso que yo a la vez quisiera tener una hija –UNA—y a la vez hay pocas cosas que me aterren tanto. Yo siempre me he caracterizado por ser muy protector: de mis amigas, de mis novias, de mi esposa, carajo, hasta de extrañas en la calle cuando algún animal le dice algo al pasarle al lado. Entonces tener una hija implica un nivel más alto de protección, porque mientras que con amigas uno lo hace por caballerosidad, con las novias por caballerosidad y la esperanza de sexo por agradecimiento, y con las esposas por caballerosidad, sexo por agradecimiento, deber y bueno, porque no nos queda otra, con una hija es deber y amor puro y sencillo. Le comento a mi taxista que por eso temo la llegada de Los Tres Momentos, esos instantes de la vida del padre de una hembra que te das cuenta que tu linda bebita, que hace nada usaba colitas a los lados de la cabecita y usaba faldita está por convertirse en mujer. Saben cuáles son, si son de esos padres; vienen acompañados de estas tres frases:

  • “¿Papi, cómo me queda esta falda/traje baño?” (Seguido por una pose en una prenda que (en el caso A) deja algo a la imaginación, pero no mucho, y (en el caso B) tiene menos algodón que una botella de aspirina.)
  • “Papi, ya vengo, que voy a salir un rato”. (Usando la anteriormente mencionada prenda A.)
  • “Papi, te presento a mi novio”. (Que probablemente conoció usando la prenda B.)

El chofer se ríe, pero esa risa que uno sabe que cualquiera de esos momentos puede llegar en los próximos cinco años –quizá menos. “Al ser tan alta”, me cuenta, “se la pasa con las amigas de sus primas mayores, las que tienen quince años o más. Entonces me preocupa que me la vayan a sonsacar. Sus compañeros ya me dicen suegro, a veces. Ella llega y se mete con ellos, y me dice, ‘mira papá, este te está diciendo suegro’, y yo me meto con ellos. Pero igual…”

Su tono cambió ligeramente mientras me echa el siguiente cuento. “Píllate esto: el otro día ando echándome una partida de dominó por allá en [nombre de pueblo en Miranda que no recuerdo] con los panas. Dos de la mañana. Y de repente alguien me abraza por detrás y me dice ‘¡Tiiiiioooo!’ Volteo, y es la sobrina mía, con unos amigos. Yo me le quedo mirando, veo el reloj, y le digo, ‘Muchacha, '¿y qué haces tú, con 17 años, por ahí a las dos de la mañana?’ Se molestó, y al día siguiente se lo cuenta a la mamá, mi hermana. No te pierdas esta vaina: al día siguiente la mamá me llama y me dice: ‘Mira, ¿qué haces tú rayando a mi hija por ahí? Yo le di permiso que saliera, tú no eres su papá para que le estés preguntando que qué hace ella afuera a esta hora”.

Tomó aliento, y siguió contando. Yo a la vez no podía creer lo que escuchaba ni tampoco me extrañaba; me acordé mucho de esta caricatura. “Ahí le monté la cruz. Le dije, ‘mira, si esa carajita sale preñá, o muerta, o anda de puta tirando por ahí, y encima la dejas, ese no es peo mío. Yo lo que hice fue preguntarle que qué hacía por ahí a esa hora, más nada. Lo único que te voy a agradecer es que no se acerque a mi hija’. Y más nunca, ya ni va a las reuniones, ‘porque lo único que hacen es criticar a mi hija’. La carajita tiene su cuerpecito y tal, pero ya anda con un novio ahí medio malandrito. Hasta amenazó al papá, un día que le reclamó que anduviera con semejante malandro; le dijo ‘oye papá, pero cómo se te ocurre, ¿qué haces si se entera que le estás diciendo así, y viene a reclamarte?’ Mira, hermano, esa es la raya de la familia, en serio”.

El resto del camino anduvimos en silencio, yo con una mezcla de orgullo y pena que el hombre se haya expresado tan abiertamente con un taxista –otro momento en que me di cuenta que no erré mi vocación—, él sin duda preocupado porque su hija terminara así. En un país donde tener 17 años en ciertas zonas del país es ya acercarte al final de tu vida, justo cuando empieza, y donde las mujeres se activan sexualmente cada vez más temprano (¿quién le decía a ese pobre hombre que su hija no había empezado ya? Ciertamente yo no), era imposible para él no preocuparse. Antes de dejarme en mi destino, compartió su perla de sabiduría paternal: “Yo le digo, ‘dedícate a tus estudios y a ser buena persona. El novio vendrá cuando tengas tiempo para buscar novio y tengas la conciencia de lo que es un novio’. Y bueno, espero que me salga buena, pues”.

Lo que hizo acordarme de esa conversa –de hecho me impresiona que la haya recordado tan bien—fue algo totalmente distinto. Estaba sentado en un café, cuando empiezo a escuchar la pareja detrás de mí en acalorada discusión. Yo me esforzaba por poder estar con Stephen King y mi café, pero era tan airada la diatriba que aún los consejos de escritura del maestro de lo macabro se quedaban cortos. Esa discusión la recuerdo menos que la de mi amigo el taxista, pero sí recuerdo las frases “Bueno, tú me tienes arrechera por lo que pasó, pues yo te tengo más arrechera a ti por lo que hiciste”, o “¿Ah entonces me estás diciendo que no tenemos vuelta atrás, Pía? ¿Es eso lo que me dices? ¿Que ya la cagamos?”, además de las palabras “abogado”, “separación” y “ajuste de cuentas”. Y esta no era una pareja de noviecitos; eran personas en sus cuarenta largos, quizá hasta cincuenta, en el caso de él. Luego de varios minutos sólo escuché la silla de él moverse y él mismo irse furioso, lo que me dio cierto nivel de alivio pues estaba casi seguro que iban a llegar a las manos.

Vi en ese momento un matrimonio derrumbarse de manera muy pública, a la vez que recordaba un hombre tratando de asegurar al producto de otro que parecía haber prosperado. Los dos eventos me hicieron darme cuenta, una vez más, de lo frágiles que son las relaciones humanas, del gran amor que pueden tenerse en un momento que puede derrumbarse años, meses o hasta días después (en ese caso, nunca fue amor). Y así añadí otro Momento a los tres originales, uno que sí  espero nunca llegue a escuchar:

“Papi, ¿mamá y tú se van a separar?”

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Pensamiento vs. fe

Los más curiosos de mis colegas seguramente han oído hablar de This American Life, un programa de radio estadounidense que este año cumplirá 17 años ininterrumpidos al aire. Es un tipo de programa con el que yo sueño algún día encuentre un espacio en la radio criolla: reportajes profundos y entretenidos, con los más diversos estilos para presentar sus historias que todas giran en torno a un mismo tema. Algunas de sus historias hasta han sido usadas como base para películas, como The Informant!, dirigida por Steven Sodebergh y protagonizada por Matt Damon.

 

Esta mañana, venía escuchando un segmento de TAL llamado “Mr. Daisey and the Apple Factory”, contando la historia de un escritor llamado Mike Daisey, obsesionado con Apple, que un día encuentra fotos tomadas desde un iPhone nuevo en la planta de Chenzhen, China, donde son fabricados. Intrigado, las fotos lo hacen pensar “¿Quién hace las vainas que compro? E hizo algo que a ningún periodista se le había ocurrido hacer: tomó un avión para Chenzhen, en la provincia de Cantón, al noreste de China, contrató a una traductora y se paró frente a la fábrica de Foxconn, el mayor fabricante de productos Apple del país y quizás del mundo, y decidió que hablaría con quiera que quisiera hablar con él.

 

Antes de ir, cuenta Daisey, las fotos “lo pusieron a pensar. Que nunca es bueno para ninguna religión”. Y tenía razón. Los invito a escuchar el programa si quieren, o lean la transcripción (aquí lo traduje con Google Translate), pero lo que encontró le destrozó su visión. Conoció a varias mujeres –más bien niñas— de entre 12 y 14 años trabajaban en la fábrica (¿se acuerdan de la “iPhone girl”?)(*); entrevistó gente que trabajaba turnos de hasta 15 horas; conoció personas que habían perdido el uso de al menos una de sus manos por un limpiador industrial de pantallas que también es una neurotoxina degenerativa. Y claro que supo de las suicidios de obreros que se lanzaban de los altos techos de la fábrica… a la que Foxconn respondió poniendo redes de seguridad a su alrededor. En un momento, Daisey–quien cuenta su historia en un monólogo llamado “La Agonía y Éxtasis de Steve Jobs”— se hace la pregunta clave: “¿De verdad creen que Apple no lo sabe? ¿Una compañía que se preocupa, en especial, de los detalles?”

 

La frase que resalto arriba se quedó conmigo, aunque Daisey la dijo en tono humorístico. Uno de los elementos esenciales de toda religión, y los más difíciles, es la fe. Qué importa que tú no veas a Dios; tú sabes que Él existe. Tú sabes que tus acciones en el mundo te llevarán a una recompensa de vida eterna y lejos del sufrimiento, o a una eternidad de castigo. Basas tus acciones, tus creencias, hasta tu comportamiento en algo que tú no puedes explicar; simplemente lo sabes y ya. Con razón Christopher Hitchens tenía tantos admiradores: aceptar que hay un gran ser que vela por todos nosotros, sabe lo que estamos haciendo a cada rato y que nos exige nos comportemos de cual o tal manera, y esperar que cualquier actitud en vida nos dará una recompensa en una vida posterior es lo más irracional que pueda haber.

 

A medida que he crecido, mi fe nunca se ha debilitado; me sigo considerando tan católico como cuando me bautizaron, cuando me confirmaron, cuando me casé. Lo que sí ha hecho es madurar conmigo. Es como aquella historia: cuando eres un niño, tu padre es el hombre más inteligente del mundo; cuando eres adolescente no sabe nada; cuando eres adulto es muy inteligente, pero los hay más; cuando creces y ya no está quisieras que estuviera allí para pedir consejo. Cuando era niño yo aceptaba todo lo que decía la religión a pies juntillas; ahora encuentro muchas cosas que le critico. ¿Oponerse al matrimonio homosexual? De hecho, ¿a la homosexualidad como tal? ¿Como por qué? ¿Que los curas no deben tener familias? No tengo opinión tan fuerte en contra, pero sigo sin entenderla. También he manifestado críticas sobre el control familiar (no el aborto, ojo), el divorcio y hasta su posición respecto a Halloween.

 

Aún no he tenido “ese” momento que tuvo Daisey, y creo que, a pesar de cómo mucho gente cree que el amor a Apple es comparable al fervor religioso de un culto, es muy difícil comparar una profunda fe católica o cristiana o budista o musulmana con el amor a la tecnología, que es quizá lo más banal que pueda existir. Pero sí veo que hay cada vez más pruebas para esa fe en tu vida. Ves las injusticias y grandes desastres que pareciera que Dios permite, tanto en el mundo como en tu mundo. Ves cómo mucha gente trata de manipular a otros usando la palabra de Dios como un coco que los comerá si no se portan bien. Lo peor, ves gente como la Iglesia Bautista de Westborough y Al Qaeda, por nombrar dos extremos, hace acciones absolutamente despreciables en nombre de Dios. Entiendes que Dios nos dio el libre albedrío como un gran regalo, pero qué fácil es cuestionar lo que la gente hace con ese regalo. Es como que recibas un rifle de agua y decides llenarla con ácido sulfúrico.

 

Pero uno sigue con su fe. Fue algo que te enseñaron tus padres, o te lo “heredaron” al llevarte a misa los domingos, bajo protesta a veces. Pero te das cuenta que es como una manta que la sientes cómoda, aún si no la tienes encima. Como siempre, me acuerdo de una película, una llamada The Body, con Antonio Banderas, que trataba de un cura que era enviado a un sitio de excavación arqueológica en Israel para investigar la veracidad de que se ha encontrado un esqueleto que tiene muchas características en común con Jesucristo. Les aconsejo que la vean, pues trata de el mismo tema que El Código Da Vinci pero (hablando de su versión cinematográfica al menos) menos aburrida.

 

Sin embargo, el libro de Dan Brown tiene algo que lo embarca todo: su protagonista, Robert Langdon, dice en un momento: “Revelar esta información le quitaría a millones de personas en todo el mundo la fuerza de seguir adelante”. ¿Nos hace eso débiles, faltos de voluntad? ¿Que nos calamos la mierda que el mundo nos lanza día a día sólo porque pensamos que vamos a tener nuestra recompensa luego que muramos, cuando nadie lo puede disfrutar? ¿Qué haremos si luego resulta que morimos y no hay nada?

 

Mis respuestas a eso: quisiera pensar que no, que nos calamos esa mierda porque la vida se hizo para vivirla, con lo bueno y lo malo. Y si no hay nada después, bueno, estamos muertos, así que, o no nos daremos cuenta, o sencillamente estaremos muy tristes y ya. Pero, como dijo aquella historia, le pregunto a los ateos, y me encantaría saber la respuesta de alguien tan brillante como Hitchens: ¿qué vas a sentir cuando te mueras, si resulta que sí hay un Dios?

 

Aunque gracias a Dios por chistes como este, que pone las cosas en perspectiva:

 

Una mujer que llevaba una vida sumamente promiscua muere en un accidente, lo que hace a su hermana, que era una monja, muy temerosa por su alma inmortal. Cuando la monja muere y entra al Cielo, se encuentra a su hermana de lo más oronda.

-¡Niña!-, dice asombrada la monja. –¡¿Y qué haces tú aquí?!

--¡Mijita muérete!—, contesta la zángana-- ¡No era pecado!

(*) Tengan mucho cuidado si buscan “iPhone girl” en Google en la oficina.

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