Escribir por la esperanza

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No sé ni por qué terminé cómo terminé. Lo cierto es que hoy me levanté, me desayuné, terminé de leer 11/22/63 (increíble) y me senté en la computadora. Era un ambiente tranquilo, estaba de buen humor, así que abrí Grooveshark y puse una lista con canciones suaves. Cantaba, escribía, leía, jugaba. Y de repente sonó “We Are The World 25”, la versión más reciente de “We Are The World”, el tema de 1983 hecho para recolectar fondos para la hambruna en África, que se regrabó en 2010 para ayudar luego de la devastación por el terremoto de Haití.

Y empecé a llorar.

Masoquista como soy, cuando terminó la canción, abrí el video en YouTube. Cuando Pink empieza a cantar su parte, estoy hecho un amasijo de lágrimas. Y para rematar el momento surrealista, un pajarito se paró en mi ventana y empezó a cantar. Cuando terminó el video, me eché para atrás y simplemente miré a la pantalla. Tenía mucho tiempo que no me sentía tan vivo, tan lleno de esperanza, tan agradecido a Dios.

Ahora puedo revelar un poquito de lo que ha sido mi vida en los últimos meses. En febrero perdí mi trabajo por circunstancias que no vienen al caso, lo que ha afectado –como es de suponerse—mi estado anímico. Gracias a Dios por un diplomado de escritura narrativa que mi esposa tuvo a muy bien animarme a tomar me salvó del ocio total. Aunque agradecí más tiempo para leer y ver películas (que no hice tanto como podría pensarse), a mi edad es terrible ser improductivo. Estás en la mejor etapa cognitiva de tu vida, ya no eres ningún muchachito, y sobre todo, tienes responsabilidades de hogar.

Finalmente, hoy empiezo un nuevo trabajo (que me reservo por ahora). Estoy volviendo a mis raíces más puras, mezcladas con las cosas más avanzadas que he hecho en mis dos últimas labores. Es un nuevo reto que asumo con todo el gusto y emoción del mundo.

Recuerdo los momentos de dura depresión por los que pasé en estos meses, asustado de tener que volver a empleos que consideraba superados. Pero el video de ayuda a Haití me hizo pensar nuevamente lo fácil que es para los seres humanos hacer de sus particulares hormigueros enormes montañas, de nuestros vasitos de agua grandes océanos sin fondo. La gente de Haití sí sufrió, sí que tiene motivos para deprimirse. Y sin embargo, allá, la vida sigue. ¿Saben cuál es el índice de suicidios allá? Cero por cada 100.000 habitantes, de acuerdo a la Organización Mundial de la Salud (cifras de 2003, último año disponible). El nuestro fue de 6,5 por 100.000 (2007). El de EEUU, 22,2 (2005). Cuba, 24,5 (2008). China, 27,8 (1999). Lituania 71,7 (2009). Ni siquiera está en la lista de países con personas que más sufren de depresión (esos serían Francia, donde el 21% de su población indicó haber estado deprimido, y EEUU, con 19,5%, de acuerdo a otro estudio de la OMS). Es uno de los países más pobres del mundo, pero nadie en Haití pareciera hacer otra cosa más que tratar de sacudirse el polvero y tratar de seguir adelante.

Yo respeto muchísimo a mis amigos ateos, pero la fe es algo que me ayudó mucho en estos meses. La confianza en que Dios me estaba poniendo a prueba, que entendiera que, grave como era por lo que estaba pasando, había gente en el mundo que realmente estaba sufriendo. No sólo eso, sino saber que Él me ayudaría. También, la determinación a no dejarme amilanar por las circunstancias. Simplemente sigue buscando, Juan, algo llegará… y algo llegó. Gracias Diosito, gracias a los que me consiguieron este empleo, y gracias a todos los que me apoyaron y me siguen apoyando en este camino a la sanación completa.

Ahora, ¡a trabajar!

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