Archive for 2013

Carta a una mujer que quizá no exista

Estimada. O quizá amada. Ciertamente querida:

Lanzo esta carta al mar que es Internet en la botella que es mi blog no tanto en la esperanza que me leas, sino en la espera que yo cumpla lo que aquí escribo. Si en efecto llega a tus ojos, pues doblemente apreciada será mi labor.

2013 está drenando los últimos granos de arena de su reloj, momento en que alrededor del mundo todos esperan entusiasmados poder celebrar la vuelta de la página universal, que todos esperamos que sea renovación, nuevos planes, nueva esperanza. Cuando en realidad casi todos sabemos que a pesar del cambio, todo se mantendrá igual; lo único que podemos hacer es mejorar.

Te quise escribir esta carta porque quiero prometerlo algo a alguien que he conocido toda la vida sin nunca siquiera dirigirle la palabra. Es la mujer con la que finalmente formaré una familia, la que me hará finalmente graduarme de hijo a padre, de esposo a cabeza de familia. Sé que existes, pero aún no sé si estás en mi vida, si ya llegaste a ella, o si ya te manifestaste como tal. No sé si eres alguien con la que ya tuve algo, si prono tendré. No sé si te acabo de conocer o si te conocí hace años. No sé ni siquiera si existas.

Pero esto te prometo. 2014 debe convertirse en el año en que te pueda ofrecer estabilidad. Debe ser el año en que me puedas ver y digas, “Este hombre será un soporte de familia responsable, un buen padre y un esposo diligente y amante, que me hará reír cuando lo necesito y estará ahí cuando me vea llorar”.

Te prometo que 2014 será el año en que dé un paso más cerca que mi perrito volverá a mí, pues será un año en que consiga ese hogar que tanta falta le hace, que pueda acoger a otros seres humanos que ayuden a cuidarlo: hijos y esposa. Que espero seas tú.

2014, te aseguro, será el año en que empezaré a cumplir más sueños, pero sobre todo a asumir nuevas responsabilidades. ¿Podré tomar mi curso de locución? ¿Ascenderé en mi trabajo? ¿Podré colaborar para otros medios? Sólo yo tengo esa respuesta. Te prometo, querida desconocida, que ese será mi Norte para este año que ya anuncia su llegada.

No sé quién seas, querida, no sé si existas o si te conoceré este año. Pero te prometo que cuando llegues, si lo hicieras en los próximos 12 meses, me encontrarás un buen prospecto para tu futuro, para el de nuestros hijos y para nuestras mascotas. Porque te aseguro, 2013 fue un año de enseñanzas y esperanzas, de modo que 2014 debe ser un año de acciones y experiencias.

¿Existes? Si es así, te espero. Sé que valdré la pena.

Feliz 2014 a todos ustedes que aún me leen por aquí, y espero que para este año lo sigan haciendo. Abrazos a todos.

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Mandela y nuestras elecciones

DEBBIE YAZBEK / MANDELA FOUNDATION / AFP

Nelson Mandela siempre estuvo en el tope de mi lista de personas –y en la de muchos, estoy seguro—por lo que hubiera dado todo poder conocer, simplemente estrecharle la mano y decirle “gracias” por su inspiración. Lo más cerca que llegué a hacerlo fue cuando mi mejor amigo se lo encontró en un hotel en Trinidad y Tobago para alguna cumbre a la que asistió. Lo cierto es que sin duda, Nelson Mandela fue uno de mis héroes. Representa todo lo que quisiera ser en un ser humano, con todo y sus defectos. Como el sitio The Onion tan elocuentemente lo dijo, se convirtió en el primer político que realmente será extrañado.

Y lo que me hace sentir tan bien sobre admirar a alguien como “Madiba” es que el hombre era eso, un hombre. Extraordinario, sí, pero de tan carne y hueso como yo. Como la venidera película Mandela: Long Walk To Freedom claramente expone –basada en su autobiografía, que también deberían leer—él no siempre fue el ícono de la paz y de la entereza a la que estamos acostumbrados a ver. El ex boxeador de la aldea de Qunu en Sudáfrica estuvo en la lista de terroristas de la CIA hasta 2008, y con bastante razón: él mismo bombardeó varios edificios gubernamentales y estaba listo para la lucha armada. Miren la primera entrevista televisiva que ofreció, en 1962, cuando tenía 42 años. Sí, dijo que “los africanos quieren, necesitan la franquicia, de Un Voto Una Persona –quieren independencia política”. Al final, cuando estaban al punto de la mayor violencia policial, Mandela estaba seriamente considerando ir a la lucha armada, más que nada porque el gobierno sudafricano le cerró todas las vías pacíficas. Quizá la historia lo haya visto, y seguramente habría terminado, como uno de sus héroes: Ernesto “Che” Guevara.

Ah, ¿y todas esas fotos que han salido de Mandela con Fidel Castro? Muy ciertas. Mandela y el dictador cubano tuvieron una estrecha amistad durante años. “Durante todos mis años en prisión, Cuba fue una inspiración y Fidel Castro, una torre de fuerza”, dijo Mandela alguna vez. Y sería el colmo que no: Cuba siempre fue de los primeros países que se pronunció en contra de la política del apartheid en Sudáfrica. De hecho, fue más allá: Cuba envió tropas a Angola, cuya insurgencia operaba con el gobierno sudafricano. En la batalla de Cuito Cuanavale, las tropas cubanas jugaron un rol decisivo para detener el avance angoleño sobre el nacimiento de la muerte del apartheid. Eso fue algo que Mandela nunca olvidó, y ciertamente Cuba nunca olvidará.

De hecho, cuando Mandela finalmente fue liberado en 1990 luego de 27 años de prisión, Mandela afirmó que “tenía tres amigos en el mundo, y voy a ir a visitarlos”. El primero fue Fidel Castro; el segundo, Yasser Arafat, el líder de la Organización para la Liberación de Palestina (varias veces comparó la lucha contra el apartheid con la colonización palestina de Israel; ¿será por eso que Benjamín Netanyahu no puede costear ir a su funeral?); y el tercero, y quizá el más controversial, Mohamar Khadafi, el dictador libio. Tan es así que uno de los nietos de Madiba se llama Khadafi en su homenaje. Tampoco sorprende: el excéntrico líder libio fue una de las principales voces en contra del apartheid, uno de los principales financistas de la campaña electoral de Mandela –aunque dudo que la haya necesitado—y uno de los impulsores para crear la Unión Africana de Naciones. Cuando el presiente de Estados Unidos Bill Clinton –quien también fue muy amigo de Mandela—quiso presionarlo para distanciarle de Khadafi, la respuesta de Madiba fue muy clara: “Quienes se sientan irritados a nuestra amistad con el coronel Khadafi pueden saltar a una piscina”.

Pero la obra posterior de Madiba opaca cualquier amistad vergonzosa –para el resto del mundo, no para él—que haya podido tener. En su vida, Nelson Mandela no tuvo un verdadero desencuentro con ningún líder mundial prominente. Traten de decirme de un verdadero conflicto que el hombre haya tenido en su vida. Es porque, de cierto modo, la cárcel fue lo mejor que le pudo suceder. Lo calmó. Lo hizo ver que la violencia sólo genera más violencia. Hizo que viera que al final, todo lo que los sudafricanos querían era vivir en sana paz. Y se aseguró de tratar a todos como esperaba que lo trataran a él.

John Carlin, en su libro El Factor Humano, donde narra el trabajo que Mandela hizo para lograr una Sudáfrica unida, que culminó en el triunfo de la selección nacional en el Mundial de Rugby en 1996 (luego adaptado en 2009 como la película Invictus, con Morgan Freeman y Matt Damon), destaca un evento en que su abogado fue a visitarlo en la isla de Robben, donde pasó la mayor parte de sus 27 años de prisión, que ilustra para mí perfectamente cómo Mandela logró precisamente un cambio en los sudafricanos. En ese momento tenía un contingente de guardias cuidándolo, y cuando llegó su abogado, Mandela lo abrazó, habló dos minutos con él, y de repente dijo: “Oye, disculpa, no te he presentado a mis guardias”. Se acordaba de cada uno de sus nombres, y los trataba con el mayor de los respetos. Los guardias estaban atónitos. Así era Mandela: se aseguraba que todos estuvieran cómodos en su presencia, abiertos al diálogo, y entonces él les expresaba lo que quería, y veía qué podía ofrecerles a cambio.

Diálogo. Fue siempre lo que Mandela buscó el instante que fue liberado de prisión. Buscó que todos sus compatriotas, blancos y negros por igual, se sintieron como parte de una sola razón. Como dijo uno de los primeros presidentes en declarar luego que Mandela muriera, Sebastián Piñera, "No sólo trabajó por la recuperación de la democracia, tuvo la generosidad de saber perdonar, luchar toda su vida por pacificar a su país".

Perdonar. Los negros en Sudáfrica habían sufrido la peor clase de matanza y persecución y discriminación desde los judíos durante el nazismo. Y por una notable minoría blanca que los veía como perros. Kaffirs, los llamaba, el equivalente a “nigger” de los gringos. Y Mandela pasó años no sólo viendo eso, sino sufriendo miles de humillaciones desde la cárcel. Pero él supo salir de eso. Supo estar por encima de los odios y las discriminaciones, y salió buscando convertir a Sudáfrica en lo que es hoy: la nación más próspera del continente africano. Quizá no sea decir mucho –su PIB es de 11.600 dólares per cápita, tiene un 22,7% de desempleo, tiene la mayor tasa de mortalidad anual del mundo (17,36 por cada 1.000 habitantes), una expectativa de vida promedio de 49,48 años y su coeficiente de Ginni lo ubica en el segundo lugar en desigualdad en el mundo— pero tiene un fuerte mercado de turismo, prestigiosas universidades y tanto blancos como negros en su casi totalidad están orgullosos de ser sudafricanos, “la nación arcoiris”.

Mientras participaba en las elecciones municipales del pasado 8 de diciembre, me acordaba de las fotos de larguísimas colas de personas emocionadísimas en los barrios más pobres de Sudáfrica eligiendo por primera vez a un presidente negro. Veía las caras largas de la gente, el entusiasmo de algunos, pero estaba lejos de ser una “fiesta electoral”. Es porque aquí no ha habido un Mandela. No hubo un Hitler ni de vaina, aquí no ha habido un dictador, pero el líder que salió de la cárcel salió a explotar las divisiones que ya existían para lograr el poder que tampoco logró con violencia. Sí, había una diferencia considerable entre la élite política y los millones de pobres que hay en el país, algo que tenía, a juro que cambiar. ¿Pero así? No.

Venezuela está bastante mejor que Sudáfrica en muchos aspectos –nuestro PIB es de cerca de 13.800 dólares per cápita, tenemos un 7,8% de desempleo, nuestra tasa e mortalidad aún está en 5,63 por cada 1.000, nuestra expectativa de vida está en 74,23 años, estamos de 69 en el rango de desigualdad en el mundo—pero cualquiera le diría que ser clase media en Venezuela no es mucho mejor que ser clase media en Sudáfrica. Muchos sencillamente se han dado por vencidos con nuestro país.

¿De verdad queremos nuestros país, me pregunto? ¿Nos preocupa el bienestar de él? ¿De todos? ‘O sólo nos estamos preocupando de sobrevivir nosotros? Si usted vive en alguna zona clase media alta-alta de Venezuela –al este de Caracas, Prebo en Valencia, así—, ¿cuánta gente conoce que se ha ido del país? Los índices de abstención en zonas de Caracas como El Cafetal o Prados del este sin duda son afectados porque la gente que vota ahí simplemente ya no está en el país. ¿Y sabía que por eso, los venezolanos somos los latinos con mayor nivel de educación en Estados Unidos? Somos apenas el 0,5% de los 52 millones de latinoamericanos allá en el norte, pero 51% de los mayores de 25 años tiene una licenciatura o un  TSU, comparado con 13% del resto de los latinos. Es más, comparado con 29% de los estadounidenses. How d’ya like them apples?

Eso quiere decir que la gente más preparada es la que se está yendo del país. Es cierto, las cosas no están nada fáciles para alguien clase media, qué con los precios de los apartamentos, los carros, la comida, los niveles de inseguridad y la polaridad política. Pero eso deriva en otra cosa. ¿Se acuerdan de “Caracas, Ciudad de Despedidas”? Critiquen mucho al país que ha dejado de ofrecerles algo concreto a esos chamos, pero critiquen también a los padres, en mi opinión, que no les formaron una identidad nacional. Es cierto, está como difícil hacer lo que hacía uno cuando era chamo, que era lanzarse al Metro hacia el centro sólo para pasear, o dejar al chamo ir solo a la panadería cuando tenía diez años.

Pero aquí entro yo con mi opinión muy personal. Si todos tenemos memorias de ese país en el que teníamos alguna esperanza de progresar, ¿por qué no se lo trataron de inculcar a sus hijos? ¿Por qué criarlos con la idea que se podían, o hasta que debían, irse para afuera porque esto “ya no tiene remedio”? Me recuerdan a una historia de un cura que fue a una fiesta de 15 años, y cuando pusieron el reggaeton y las carajitas empezaron a perrear, mira a los papás, que avergonzado dice “¿y qué vamos a hacer?” El cura contestó “eso no lo digo yo, eso lo deberían saber ustedes”. Lo mismo digo, ¿por qué no hicieron algo cuando sí tenía remedio? ¿Por qué ahora hay tantos que lo que quieren es largarse antes de pelear o trabajar por su país? ¿Por qué hay un grupito que, aún queriendo un golpe de Estado, así no lo diga, siguen llamándose “democráticos”? ¿Cuál es la idea, poner a alguien que los trate a ellos como nos están tratando ahorita a nosotros? ¿No fue eso lo que pasó en 1999?

La pura verdad es que, por mucha falta que hace un Mandela aquí –en cada país del mundo, creo yo—, me pregunto cuánto tardaría en darse por vencido. Ya sea Capriles, Chávez, Maduro, Caldera o quien sea, nosotros siempre queremos un mesías, un carajo que toque todo en esta vaina y lo arregle, y no terminamos de entender que no es uno solo que va arreglar este desastre. Mandela logró unir a su país porque hizo a todos entender que eran parte de un mismo pueblo, así tuvieran distintos orígenes. Sí, cuando ganó la presidencia muchos sudafricanos blancos salieron huyendo temiendo represalias, pero los que se quedaron prosperaron de lo lindo. Porque Mandela creó oportunidades para blancos y negros por igual. Porque los unió. Porque los hizo uno solo. Porque sabía que no podía solo. Porque con toda y su grandeza, era un solo hombre.

Reitero mi pregunta en mi último post: ¿estamos jodidos?

Lala ngoxolo, tata Madiba. Descansa en paz, padre Madiba.

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Sé feliz, hijo mío

Ayer (domingo) en la mañana eran las 5:30 de la mañana y me desperté. Porque me había acostado en un estado poco común de agotamiento. Y aún así, una hora después, oigo veinte carros pasar, una camioneta toca corneta, pasa una ambulancia y mi perro ladra buscándome juego.

Hoy me levanté a las 6:30 de la mañana igual. Hace un silencio tan profundo que siento que puede ahogar a un incauto. Pasa casi una hora antes de que escuche un auto.

Y ya no tengo a Baloo.

Tantos clichés que se me ocurren en este momento: “el primer día del resto de tu vida”, “lo mejor es lo que pasa”, y etcétera. Pasa que un cliché no describe lo que siento en este momento. No sé qué pueda hacerlo porque no estoy seguro de qué siento. ¿Rabia? ¿Tristeza? ¿Resignación? ¿Ese tonto velo del escapismo que hacen llamar madurez? ¿Todas las anteriores?

El 2 de noviembre de 2012, me encontré con Andrea, quien tenía un pequeño bojotico de amor para mí. Durante los próximos once meses, pasé rabias, frustraciones, sustos, dolores y tristezas, pero sobre todo y encima de todo, sentí una inmensa alegría, una compañía desinteresada, un amor como el que nunca conoceré. Baloo trajo una clase de alegría a mi vida que sólo un perro puede traer y sólo alguien que haya tenido un perro y realmente preocuparse por él puede entender.

Era uno de los dos mayores sueños que tuve en mi vida; el otro era estar casado y con una familia. Moraleja: Si quieres hacer a Dios reír, cuéntale tus planes. en ninguno de los dos casos se cumplió aquello de “hasta que la muerte los separe”.

Me entristece mucho que las circunstancias de mi vida hayan cambiado tantísimo, pero también estoy consciente que uno no debe prolongar una situación incómoda, so pena que se vuelva insostenible. Lo que más lamento es que Baloo ahora deba –al menos temporalmente—aprender a querer a otra manada, a robar otras medias, a comerse otros controles, o despertar a otros a las 3 de la mañana. Claro, ahora está con su hermanita Allie, y con una dulce señorita y su novio que aman a los perros casi tanto como yo. Eso me consuela muchísimo.

Así que espero que este nuevo silencio de mis mañanas me ayude a escuchar mejor la voz de Dios diciéndome, “todo va a estar bien”.

Gracias, Baloocito. Gracias por haber traído la felicidad en mi vida cuando pensé que me había sido negada. Gracias por dejarme aprender a cuidar a un ser que realmente necesita de mí. Gracias por todo. Espero que Dios me conceda la gran alegría de poder volverte a cuidar, hasta que de verdad pueda cuidarte hasta el fin de tus días.

(Por favor, no hablen mal de nadie de mi pasado. Las lágrimas que botaron por la ausencia de mi perrito deben recordarnos siempre que del buen corazón de los demás.)

2012-11-02 09.52.242012-11-02 12.04.012012-11-02 15.26.562012-11-02 17.10.102012-11-05 12.32.022012-11-06 12.57.302012-11-08 18.57.022012-11-14 17.16.542012-11-23 06.35.222012-12-13 08.07.102013-01-16 19.04.282013-05-07 11.42.282013-06-04 10.00.48

Hasta muy pronto, mi chiquito. Ya verás.

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¿Estamos jodidos?

La pregunta ha estado en mi mente, mi boca y mi Twitter muchas veces las últimas semanas, persistente como un barro. Y no es en el sentido jocoso, pesismista o árbitro de tribuna. Es porque realmente el país me obliga a preguntármelo cada vez más. Por miedo, por curiosidad, por intención de conseguir alguna solución.

Olvídense del hecho que tenemos un Gobierno que controla cada poder público y lo controlará aún después de ido Maduro, Diosdado, Cilia y la basura que es Pedro Carreño. Eso, si acaso, tiene alguna solución, quizá muchos años más allá en el tiempo, pero la tiene. Porque eventualmente la oposición será gobierno y, muy poco a poco, irán sustituyendo los funcionarios que pululan en los círculos públicos y los convierten en una fuente de lentitud y/o enriquecimiento ilícito.

Yo hablo de nosotros.

Sí, el venezolano común me tiene mucho más preocupado que la cuerda de inútiles que nos gobiernan. ¿Por qué?

Porque es el que prefiere hacer una cola en las escaleras mecánicas del metro que subir por las escaleras.

Porque es el que prefiere pagarle al fiscal que pagar la multa.

Porque no le importa quedarse atravesado en una calle con semáforo con tal no esperar treinta segundos más a que el semáforo vuelva a cambiar. Y de paso le toca corneta a que está delante si se le ocurre hacerlo.

Porque no quiere ofrecer alquiler una casa que no usa con tal que no se la invadan (con cierta razón), así sea una familia que perdió su casa en Vargas (true story).

Porque paga noventa bolos para hablar por teléfono o a todo gañote con quien tiene al lado, en vez de ver la película (“¿y me vas a mandar a callar? ¡No seas marico!”)

Porque está dispuesto a calarse dos horas de cola en un Mercal porque “y qué vamos a hacer”.

Porque “diez es nota y lo demás es lujo”.

Porque cree que “los hombres no lloran” contribuye a la sociedad.

Porque desconecta la red del banco a la hora de comida porque él tiene que comer, los demás que se jodan.

Porque le dice a los clientes que le faltan papeles o tiene que ser en otra sede con tal de no llenar el papeleo él.

Porque “ya caminar hasta allá son 2.000 bolos, después vemos cuánto es lo del carro” (true fucking story).

Porque sí, se para bien temprano para ir a trabajar y mantener a sus muchachos, pero se presenta la oportunidad de colearse…

Porque un chamo la mitad de tu tamaño está asaltando a la señora que está enfrente de ti y te haces el loco.

Porque reclama que la comida está carísima pero se gasta 7.000 en un celular, 2.000 en un par de zapatos, 10.000 en un Nintendo DS, etc., calladit@ la boca.

Porque la idea de hacer “carpool” –que varios que tienen carro se alternen para buscar a los demás, para que haya menos carros en la calle—es una locura que nunca debe mencionarse.

Porque te escandalizas por la corrupción pero si puedes pagarle a alguien que te acelere el trámite del pasaporte está bien.

Porque se queja del tamaño de la cuenta de la luz pero deja el aire acondicionado prendido todo el día.

Porque no te pasa nada en las piernas pero subes un piso por el ascensor. UN. PUTO. PISO.

Porque te ríes de la viveza criolla hasta que eres víctima de ella, entonces sí es coñemadrismo.

Porque te quejas de lo lindo en Twitter, pero en el mundo real calladito.

Porque aplaudes al vivo y al honesto lo llamas pendejo.

Porque los chamos nunca salen de un encierro, y claro, cuando crecen en una ciudad que de vaina conocen, no les cuesta nada decir “me iría demasiado”.

Porque reclamas que el chavista sólo ve VTV, pero hasta ahora no cambiabas Globovisión pero ni en comerciales.

Porque los talibanes son malos de ese lado, pero de este son necesarios.

Porque insistimos en buscar a un Mesías, a uno solito que resuelva este peo. Con tal que no seamos todos nosotros juntos. Porque, “¿juntos? Yo con aquel ni a la esquina”.

Si me faltó alguno díganme en los comentarios, pero en serio, ya basta de pensar que porque estén los chavistas en el poder es que estamos como estamos. Estamos como estamos porque nosotros mismos no hemos cambiado en años. Eso que dijo Albert Einstein –“Pensar que obtendremos resultado distintos con los mismos métodos es de necios”—no aplica para nosotros. “Ay pero es que somos así, qué vamos a hacer”.

¿Ah entonces sí estamos jodidos?

Ustedes díganme.

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El lente invertido

Resumen: Depende de cómo lo veas, Globovisión se está cayendo a pedazos, atacado por el régimen desde adentro, o se está adaptando a un nuevo formato: un medio equilibrado aunque aún crítico. Y lamentablemente, ahora los periodistas vuelven a ser noticia en vez de transmitirla. Las renuncias masivas del canal abren un nuevo debate sobre el papel que debería jugar el periodismo en un país donde los políticos ya son mal vistos por la población, y eres o no eres –una posición incómoda para una carrera que debe buscar la verdad, no la versión de las partes. ¿Que hay que ser crítico de un Gobierno que insiste en reprimir libertades? Pero por supuesto que sí. ¿Que en el proceso debes ser más Marta Colomina, menos William Echeverría? Con todo el respeto que merece la profesora, no gracias. Yo estudié periodismo, no ciencias políticas, por algo.

De eso trata el post que está abajo, pero en versión hiper condensada. Si estás conforme, quiero escuchar tu opinión, empezar un debate sobre el periodismo, así que te invito a dejar un comentario; no tienes que leer lo demás. Si quieres algo más, lee a tu propio riesgo. Me pongo un tanto personal, casi que controversial. No digas que no te advertí.

Justo antes de los eventos de abril de 2002, algo me iluminó de alguna manera para ir a alguna de las múltiples marchas/manifestaciones/bailoterapias que organizaba la oposición en aquel entonces. Y vi a Patricia Poleo recibir a una tropita de entusiastas jóvenes que le pidieron, cual estrella de rock, que les firmara su bandera. “¡Ay un autógrafo, un autógrafo!” Y yo recuerdo pensar, recién empezando la segunda carrera que hoy es mi profesión, “¿y eso desde cuándo?”

Poco antes, estaba dando clases de inglés en un instituto, al que iban muchos estudiantes de Comunicación Social de la Universidad Santa María. Tienen mala fama injustificada; la mayoría tenían hasta trasnochos encima por la cantidad de trabajos que le mandaban, pero al menos tres sí se la ganaron; una me dijo que no le gustaba leer, “yo le quiero es ser fotógrafa”, y dos me dijeron que estaban en periodismo, mandibuleo descarado y demás, “ay teacher, yo quiero trabajar en televisión”. (¿Cosa insólita? Una terminó trabajando en el departamento de comunicaciones de la Alcaldía Mayor cuando Juan Barreto.)

Lo querramos o no (y muchos lo quieren o no les importa), los periodistas hemos estado ocupando el centro del debate en esta Venezuela en que los partidos políticos le han fallado a la comunidad general. El gobierno del presidente Hugo Chávez –corrijo, el propio Chávez—apareció cuando los políticos estaban muy despegados de la realidad que vivían los electores, y durante cuatro años se encargó de reducirlos a la casi nada. Los únicos que se le podían enfrentar con cierto éxito eran los medios, y el chavismo los atacó sin piedad. Ya fueran leyes, ataques verbales o físicos. Algunos ejercieron la política sin ser políticos, como la propia Patricia, su papá Rafael. Otros sí la ejercieron de frente, como Alfredo Peña y José Vicente Rangel o, más adelante, Miguel Ángel Rodríguez. En mayor o menor medida, ser periodista en este país significaba que, quieras o no, ibas a estar metido en el debate político. Si hasta a María Laura García, periodista de salud, la criticaban por parecer ajena a la realidad política.

En medio de todo eso, estaba Globovisión. RCTV era casi tan radical como el Gobierno, pero al menos aún tenía series y telenovelas y Radio Rochela, pero Globovisión estaba dedicado casi exclusivamente a noticias. Digo “casi” porque cómo había editorial y opinión, tanto de invitados como de periodistas. Pero era un canal que cumplía con lo que prometía: informaba. No sé si siempre equilibradamente, pero ahí estaba su lente. “Radar de los Barrios”. “Aló, Ciudadano”. “Yo Prometo”. Hasta cierto punto, “Tocando Fondo”. Se volvió tan incómodo para el Gobierno que el único chavista que acudía a su sede era el que iba a protestar o a amenazarlos; acordarse que hasta Aristóbulo Istúriz tenía un programa allí era como recordar otra vida.

A Globovisión se le abrieron diez procedimientos administrativos en otros tantos años. Su cierre era casi siempre “inminente”. Las visitas de Lina Ron eran frecuentes, y en 2009 vino acompañada de lacrimógenas. Y aún así, seguía. El Gobierno nunca pudo lograr cerrarlos como sí lo hizo con RCTV, cuando se negó a renovarles su concesión.

Así que los compró. O al menos eso dicen las malas y no tan malas lenguas. La junta directiva nueva tiene al menos un integrante –Juan Domingo Cordero—que tiene relaciones al menos tangenciales con el Gobierno. La familia Zuloaga pidió un voto de confianza al personal para sus nuevos dueños. Eso fue hace cuatro meses. ¿Qué ha pasado desde entonces?

Sí hubo un cambio en la línea editorial, pues, en palabras dele que sería su nuevo director, el veterano Leopoldo Castillo, ahora serían “de centro”. No más cobertura en vivo de los actos de Henrique Capriles; no más micros de “Usted Lo Vio” y “Aunque Usted No Lo Crea” o “Toques de Diana”, los editoriales de Diana Carolina Ruiz. “Aló, Ciudadano”, el programa de Castillo, seguía abiertamente crítico al régimen, ahora de Nicolás Maduro, pero el resto de la programación, aunque ciertamente aún tenía la cobertura de protestas, sucesos y denuncias de la oposición, le había “bajado dos”.

Hoy sólo Juan Eleazar Fígalo, Aymara Lorenzo, Julio César Pineda, José Vicente Antonetti y la propia Ruiz quedan de lo que fue “la vieja guardia”, al igual que Beatriz Adrián y Martha Palma Troconis, aunque ellas pasaron a segmentos “light”. Todos los demás, se fueron o “los” fueron. Casi todos anunciándolo por Twitter. Uno, Roberto Giusti, muy elocuentemente por su columna en El Universal, resumió bien lo que fue el último fin de semana, donde seis de sus periodistas estrellas –incluida mi compañera de promoción de la UCAB, Sasha Ackerman—fueron despedidos o renunciaron en menos de 24 horas.

Fue entonces cuando llegó la ola salvaje y montado sobre ella un torvo mensajero que apareció para aplicar el ácido. El proceso de "transición gradual", dio paso a la "transición brutal". "Aquí se acabó la (pendejada) del equilibrio" y volvieron a rodar las cabezas. Pero como yo sé que la mía está en juego y sólo me debo a la audiencia, a los receptores, a quienes creen en mi honestidad profesional, (que para mí son los únicos dueños del canal) les presento mi renuncia a partir de hoy porque en Globovisión no están dadas las circunstancias para hacer un periodismo libre.

Los más radicales podrían afirmar que esta era el plan del Gobierno. Total, Maduro seguía diciendo que Globovisión “seguía conspirando”. Quizá era la señal para poner nervioso a Cordero y a Raúl Gorrín, los nuevos dueños. Quizá sí sea cierto que le exigieron a Leopoldo Castillo irse por ocho meses por su enfermedad. Sí es cierto que le dijeron a Kico que era incómodo; después de todo, yo mismo lo entrevisté. Y entonces el Gobierno aplicó una de “si no puedes con ellos, cómpralos”. Al nunca poder doblegar al Globovisión viejo, decidieron crear la nueva Globovisión.

O quizá… sólo quizá…

Vladimir Villegas, uno de los nuevos talentos del canal, que rechazó la dirección por razones que expone en esta entrevista que bueno, también le hice yo, recuerda algo que yo había olvidado en su columna de El Nacional: José Domingo “Mingo” Blanco, quizá el último periodista del canal que entrevistó al hoy presidente Maduro, cuando era el diputado Maduro, fue despedido de ahí por una conversación que se hizo pública criticando al partido Acción Democrática. No hubo grandes reclamos o airadas “tuiteadas” entonces; Mingo pasó al olvido. Cuando salió del aire “Buenas Noches”, destaca Villegas, los mismos que insultaban a Leopoldo Castillo por quedarse en el canal, le aplaudieron su dignidad por renunciar el pasado viernes. Así está el país. O estás con ellos, o estás con nosotros. ¿Equilibrio? Para ingenuos o inocentones.

(Yo mismo lo viví hoy, cuando una amiga me dijo por Twitter que no vería la película Bolívar: El Hombre de las Dificultades porque no soporta a su protagonista, Roque Valero, por haberse declarado oficialista. ¿Será que se animará mi amiga a leer esta entrevista que le hiciera mi compañera Katian Castro? Eso espero.)

Así que, a riesgo de los insultos estoy seguro recibiría si fuera más conocido, suscribo la última parte de la columna de Villegas:

El momento actual de Venezuela reclama cambios en los medios tanto públicos como privados. El equilibrio, la presencia de todos los sectores y de todos los puntos de vista son imprescindibles.

(Bueno sería que insistiera en este equilibrio en los medios del Estado, doctor Villegas. Es ahí donde el equilibrio brilla más por su ausencia.)

Hoy otra vez, como en 2002, el lente está invertido hacia los que antes lo apuntaban. Hoy, los hombres y las mujeres de noticias son noticia ellos mismos. Unos, como Román Lozinski, lo lamentan; otros le darán la bienvenida. Yo soy uno de los que piensa que un periodista, más que objetivo, debe ser sincero: si no estás de acuerdo con tu Gobierno o tus jefes, debes decirlo. Pero aún debes ser objetivo: debes recordar que hay tu verdad, su verdad y LA verdad. VTV sólo muestra “su” verdad. ¿Globovisión mostraba LA verdad? (Opinión muy personal: en “Radar de los Barrios”, oh sí; en algunos otros, ¿sí?) Un periodista no debería estar en la palestra; debe decir lo que hay en ella.

Pero no puedes voluntariamente prestarte a ser un actor político. No puedes sencillamente alborotar lo más básico del ser humano para ganar pageviews y llamarte crítico del Gobierno, que es lo que considero hace el ex director de Globovisión, Alberto Federico Ravell, en La Patilla, un medio al que, aunque hay periodistas allí a los que respeto mucho, me parece que se regodea en sacar el animal que lleva el venezolano por dentro (¿"riqui riquita"? ¿En serio?). Porque si como político te comportas, no esperes que te traten como periodista. Por eso Carlos Escarrá no quiso atenderme cuando lo llamé estando en El Nacional. (Bueno, una de las razones. No hablemos mal de los que ya no están.) Por supuesto que no van a aceptarte entrevistas en Globovisión, si saben que la única forma de salirse de la andanada de preguntas en contra es acusarlos de golpistas. Es porque nunca hubo un equilibrio. Es porque era el único contrapeso verdadero al Gobierno. Es porque era la única ventana que quedaba para que la oposición se expresara libremente… y lo hacía cada vez que podía.

Quizá estoy siendo ingenuo, aún a mis 42 años de edad. Quizá esto sólo puede resolverse con peos de lado y lado. Tú me atacas, yo te ataco. El Gobierno insiste en un magnicidio sin presentar los detenidos; yo me burlo de tus contradicciones. Y así vamos. Armado con mi pluma o mi laptop o mi tableta o todos tres, yo soy el que va a ser tu vigilante, el que te va a mantener derechito. Ey, si el Washington Post pudo con Nixon… Ah pero eso era una democracia abierta. Los Papeles del Pentágono contribuyeron a detener Vietnam, Watergate a despedir a Nixon. El audio de Mario Silva logró… que se fuera Mario Silva.

O quizá (ya para terminar; bendita ignorancia mía de la síntesis), quizá este tuit de Mirelis Morales, una periodista a la que le tengo un gran cariño, es en n lo que hay que pensar.  Ciertamente fue lo que inspiró este largo post.

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Uno más

Son las 8:45 de la noche y estoy sentado escribiendo esto únicamente con el soundtrack de The Social Network y mi perrito Baloo de compañía. Mi esposa aún no ha llegado del trabajo, vivo lejos de mis padres y hermano a quienes ya vi hoy y la calle frente a mi casa, normalmente un escándalo durante todo el día por vivir cerca de la entrada de la urbanización ya se redujo a un callado rumor, con la excepción del malparido que siempre decide picar caucho a las peores horas.

Que manera tan extraña de pasar un cumpleaños, ¿no?

Sip, hoy hago lo mismo que hicieron en distintos años James Cagney, David Hasselhoff, Donald Sutherland, Andy “Spartacus” Whitfield, Mike Vogel, Quino, el director Wong Kar-wai, Robin “Liu Kang” Shou, Angela Merkel, Geezer Butler (Black Sabbath), Panda Bear (Animal Collective), el primer Sha de Irán y el autor Cory Doctorow, quien nació el mismo día que yo y de paso me felicitó. Nací. Hace 42 años le di una felicidad a mis padres que cambió a lo largo de los años, pero por lo visto se mantiene.

Es el primer cumpleaños que no lo paso rodeado de familia y amigos, y claro que me tiene un poco triste. Claro, en parte es porque es miércoles y es una ladilla desplazarse y qué sé yo, pero esta mañana, que sabía cómo iba a terminar el día, me hacía pensar que también he descuidado a muchas de mis mejores amistades, sin mencionar muchas cosas que han pasado en los últimos años que han hecho que a su vez se alejen de mí.

Claro, también a medida que pasan los años uno está menos propenso a reuniones grandes. Recuerdo que para lo que creo fue mi 22do cumpleaños hubo más de 20 compañeros de DHL en mi casa, de vasos caídos y demás en un parquet recién colocado. Hubo otro que habían 15 personas de todo el espectro de amistades que podía tener. Era genial, en especial para mí que tanto disfruto de la compañía de seres queridos.

Admito que las nubes de la depresión amenazaban con amargarme el día. Hasta que empecé a ver los mensajes que me dejaban.

Tanto por Twitter como por Facebook, he recibido mensajes de gente con las que he tenido sólo breves encuentros pero he tenido largas conversaciones en “la nube”. Gente con la que he trabajado o a la que le he dado clases. Que fueron pasantes cuando yo estaba en El Nacional o Últimas Noticias y ahora son tremendas profesionales. Viejos profesores y no tan viejos. Ex novias, casi novias, novias de amigos. Amigos queridos pero no tan frecuentes que siempre tienen el detalle de felicitarme en estos días. Una antigua compañera de clase cuyo último mensaje en Facebook, antes de hoy, fue mi cumpleaños el año pasado. Dos panas que nunca me han visto en persona pero que me dieron cálidas felicitaciones y divertidas conversaciones por chat. Mensajes de personas que nunca me han visto pero me conocen lo suficiente como para aguarme el guarapo. Simples “feliz cumpleaños” que sabes que simplemente son por el protocolo de Facebook pero que igual se agradecen mucho.

Se podría decir que eso igualmente es triste, ya que podría ser evidencia que he construido más vida online que en “la vida real”. Y sí, lo habría dado todo por haber podido recibir esas felicitaciones en vivo de todas y cada una de esas personas. Pero el hecho que principalmente las conozca online no las hace menos reales, ni sus expresiones de afecto menos sinceras. Llego a mis 42 años no sólo saludable, sino convencido que, a pesar de los errores, de que mi vida no está aún donde quiero que esté, he invertido en las cosas importantes de la vida, como es familia y amigos.

De modo que gracias, Diosito, por darme un año más de vida, gracias por las enseñanzas que me has dejado y por la gente que me has puesto en el camino. Sé que estoy a punto de dar un gran cambio en esta vida que me dio, y gracias también por esa oportunidad.

A todos los que consistentemente hacen que mi cumpleaños sea, por una u otra razón, inolvidable, gracias también.

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(Es de 2011, pero sigue siendo mi foto de cumpleaños favorita. Tomada por Miguel González.)

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Y el tal Snowden, ¿es de los buenos o es de los malos?

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Todo este embrollo de Edward Snowden está peor que una novela de John LeCarré, hasta el punto que el protagonista central es un tipo inteligentísimo y reservado, cual George Smiley, con  la diferencia que en vez de espías y gobiernos sofisticados y discretos, tenemos a los tipos del ALBA. Ya a este punto, hay que decirlo: Snowden hasta dejó de ser el problema. Los países “anti imperialistas” lo están usando para atacar a EEUU y criticar su red de espionaje. Lo que Snowden pueda mostrar –y honestamente considero que debe mostrar— está rápidamente pasando a un segundo plano.

Pero es precisamente por ese desastre que vino después de la soberana estupidez de España, Italia, Francia y Portugal con el avión de Evo Morales que quizá se note el desespero de EEUU de traer a este tipo a juicio y callarle la boca (espero que no para siempre). Si de verdad EEUU exigió/convenció/sobornó/amenazó a esos países para que mandaran a detener el avión –y Bolivia dice que tiene pruebas que sí—en efecto ya Edward Snowden se puede considerar “enemigo público número uno”. Qué importan Ayman al Zawahiri y el resto de Al Qaeda, ¡este pana se tiene que callar la jeta!

¿Pero de verdad se justifica?

Lo primero que les pido es que vean la entrevista completa que Glenn Greenwald y la documentalista Laura Poitras para el periódico The Guardian. Creo que mucha gente ya hasta olvidó lo que el hombre explicó en esa entrevista con todo lo que ha pasado. Esta es la primera parte. (Si no salen los subtítulos automáticos, escójanlos en el botón “CC”.)

Ed Snowden interview, pt 1


Y esta es la segunda, con subítulos ya incrustados.

Ed Snowden interview, pt 2

Resumen: Ed Snowden trabajó en los niveles más altos como analista informático en la Agencia Central de Inteligencia y la Agencia de Seguridad Nacional, y vio cómo ambas agencias creaban una red masiva de vigilancia no sólo de los EEUU, que ya es bastante, sino de todo el mundo. En el caso de los celulares, se supone que pueden ver quién llama, quién atiende, a qué número y cuánto dura la llamada, pero no el contenido de esa llamada. Cuando tanto The Guardian como la revista alemana Der Spiegel revelaron los documentos que Snowden les entregó, Obama no sólo no lo negó; lo defendió.

Lo que puedo decir de forma inequívoca es que si eres una persona de Estados Unidos, la NSA no puede escuchar tus llamadas, no puede leer tus correos… y no lo han hecho. No pueden y no lo han hecho, por ley y por regla, a menos que – y usualmente no serían ellos, sería el FBI – vayan a una corte, obtengan una orden, y busquen una causa probable, de la misma forma que siempre ha sido.
-Barack Obama, durante una entrevista con Charlie Rose, 17/06/13

Snowden rechazó esa declaración, considerando que Obama “estaba defendiendo lo indefendible y lo sabía”, diciendo que la NSA puede escuchar lo que sea y lo ha hecho. Sin pedir una orden en la corte. Simplemente por la sospecha. Y aquí está la razón de por qué lo hizo.

No quiero vivir en una sociedad que haga esta clase de cosas. No quiero vivir en un mundo donde todo lo que hago y digo queda registrado. No es algo que estoy dispuesto a apoyar o bajo lo cual vivir.

Tengan en cuenta que este es un pana que ganaba unos 200.000 dólares al año, vivía en Hawaii y tenía una novia que ya La Patilla se encargó de mostrar en todo su esplendor. Se rehusó al anonimato porque está convencido que no hizo nada malo. Y ha sido claro: lo que quiere es un debate, que el mundo decida si quiere vivir así. Que tiene más documentos que podrían joder a alguien pero esa no es su intención. (Pueden leer los artículos de Greenwald para The Guardian aquí y aquí.)

Los años recientes han tenido varios casos con “whistleblowers” como Snowden. Los dos más notorios fueron los de Aaron Swartz y Bradley Manning, sin duda. Swartz, inventor del protocolo RSS y uno de los responsables por Creative Commons y Reddit, estaba a punto de ser enjuiciado por hacer público papeles académicos de la base de datos JSTOR del MIT, y se enfrentaba a 35 años de cárcel. Antes de enfrentarlo, Swartz decidió suicidarse. Manning, por su parte, es un soldado del ejército estadounidense quien admitió entregar material al sitio Wikileaks, el “hijo” de Julian Assange, y fue encarcelado tres años sin juicio, incluyendo 11 meses en solitario que hasta la ONU consideró bárbaro.

Por el trato a Manning, el papá de los informantes de EEUU, Daniel Ellsberg, considera que ya su juicio debería ser anulado. Ellsberg es el responsable de los Papeles del Pentágono, una serie de documentos clasificados que entregó en 1971 al New York Times donde se veía que el gobierno de Richard Nixon estaba pujando por seguir la guerra de Vietnam sin importar los costos. Ellsberg se entregó a las autoridades, salió bajo fianza, pudo hablar con los medios y en actos públicos en contra de la guerra y al final el juicio que se le abrió fue desechado porque el Gobierno le puso un micrófono de manera ilegal. Con razón Ellsberg dijo en una reciente columna del Washington Post que “Edward Snowden tomó la decisión correcta de irse del país”: “El país donde yo me quedé era un Estados Unidos diferente, hace mucho tiempo”.

Creo que ahí está el meollo del asunto. EEUU, aunque sigue teniendo una democracia relativamente sólida –un Congreso que limita las funciones del Presidente, un sistema electoral libre (aunque terriblemente anticuado), una libertad de expresión casi sin límites (y voy con ese “casi” en un momento)—ya no es la luz de la esperanza que fue en los 70 y 80, el sitio donde los perseguidos iban a buscar refugio. El 11 de Septiembre transformó, espero que no para siempre, a EEUU en un gigante paranoico, desconfiado y desesperado por más nunca recibir un golpe tan preciso, y por ello ha optado por comerse algunos derechos civiles básicos de privacidad y decencia en nombre de la Guerra en Contra del Terror.

Consideremos los escándalos que han surgido desde que las redes sociales son grandes: Abu Ghraib. Soldados orinando sobre el cadáver de un talibán. “Collateral Murder”, el video que hizo a Wikileaks famoso. Todo lo que Wikileaks ha sacado, desde ese video hasta los documentos diplomáticos. Las condiciones de la cárcel de Guantánamo y sus recientes alimentaciones forzadas a los prisioneros en huelga de hambre (el rapero y actor Yasiin Bey, mejor conocido como Mos Def, hizo un video para demostrar el procedimiento). Swartz. Manning. Snowden.

¿Lo que más me impresiona de todos estos escándalos? “El  público necesita decidir si estos programas y políticas están bien o mal”, dice Snowden en su entrevista. Pues, si al menos he de creerle a una encuesta de la revista TIME, ya decidió –y no le molesta (al menos el estadounidense). 48% de los encuestados están de acuerdo con el programa de vigilancia de la NSA, mientras que 44% no –una encuesta con un margen de error de +/-4%. O sea, el tema tiene a EEUU fuertemente dividido. Pero 63% considera que ha tenido algún o mucho impacto en garantizar la seguridad nacional, y 48% cree que el Gobierno sí logró el equilibrio adecuado entre proteger su privacidad y proteger su integridad física. (54% considera que Snowden hizo algo bueno, pero 53% considera que igualmente debe ser procesado por lo que hizo.)

¿Entonces? Al fin, Ed Snowden, ¿héroe patriota o villano traidor? Como siempre depende a quién le pregunten. Ciertamente cometió un crimen, haciendo públicos documentos clasificados, lo que contraría el acuerdo de confidencialidad que indudablemente firmó al ser empleado tanto por la CIA como la NSA. ¿Lo que ha revelado podría poner en peligro al país? Creo que a estas alturas, no más de lo que EEUU representa para sí mismos. “Tierra de los libres, hogar de los valientes” suena a algo cada vez más vacío. Y lo digo con dolor, pues es mi país de nacimiento. Pero da dolor ver cómo ha degenerado en los últimos años, cómo su maquinaria gubernamental se ha convertido en lo que tanto ha dicho combatir. Y es una maquinaria que ningún Presidente, no importa lo bien intencionado que sea, tendrá facilidad en desmontar. Y en muchos casos, quizá ni siquiera tenga la disposición de hacerlo.

De modo que Ed Snowden ahora no le queda otro remedio más que buscar asilo en algunos de los países donde la libertad de expresión es un poco cuestionada, como lo son Ecuador, Bolivia y Venezuela, con sus respectivas leyes que limitan la prensa libre. Precisamente porque los tres son tan contrarios a EEUU es que Snowden tenía en ellos su mejor opción de asilo, y como dije al principio, les ha dado las mejores herramientas para continuar atacándolo. En el caso nuestro, es particularmente divertido que el presidente Nicolás Maduro critique a EEUU de espiar “a todo el mundo” cuando ya es bien sabido que todos los principales líderes opositores del país tienen sus celulares e incluso sus casas pinchados, como demostró el reciente caso de la diputada María Corina Machado.

Repito: ¿y entonces? ¿Héroe o villano? Depende a quién pregunten. ¿Me preguntan a mí? No sé si héroe, pero hizo lo correcto. Rompió la ley, sí, pero expuso lo feo que está todo. Lo malo es que, para seguir exponiéndolo, tiene que meterse en la cama con los villanos. De todos modos, rompiendo la ley es a veces la forma que las sociedades avanzan, citando este artículo (en inglés) del blog Thoughtcrime:

Imaginen que haya una realidad alterna distópica donde la defensa de la ley fuera 100% efectiva, de tal manera que cualquiera que potencialmente rompiera la ley supiera que sería inmediatamente identificado, aprehendido y encarcelado. Si una defensa perfecta de la ley fuera una realidad en Minnesota [que acaba de legalizar el matrimonio homosexual, luego de leyes de sodomía que hacían a la propia homosexualidad ilegal desde 2001], Colorado y Washington [que acaban de legalizar el uso de marihuana] desde su fundación en los años 1850, parece muy poco probable que estos cambios recientes hubieran sucedido. ¿Cómo se habría decidido que la marihuana debía ser legal, si nadie nunca la habría usado? ¿Cómo habrían podido decidir los estados que el matrimonio entre gente del mismo sexo debería ser permitido, si nadie hubiera visto o participado en una relación homosexual?

En estos casos sé que depende a quién le pregunten. Pero los dejo con ese pensamiento: rompiendo la ley es a veces como muchas sociedades avanzan. Si no, ustedes aún tendrían esclavos.

Un poquito extra: Por supuesto, si quieren leer un poquito más sobre el caso Snowden, hay cualquier cantidad de artículos en inglés y en español en todos lados. Pero hay un par de cosas relacionadas que me gustaría compartir con  ustedes que me parecen interesantes.

  • The Most Dangerous Man In America es un documental sobre Daniel Ellsberg nominado al Oscar que mucho les recomiendo, no sólo por su calidad sino para que hagan el contraste de los EEUU de 1971 y los de ahora. Por supuesto que está disponible en su proveedor de torrents preferido, pero si son suscriptores de Netflix también está disponible allí.
  • Kieran Haley, un profesor de sociología de la Universidad de Duke, tomó los datos que Edward Snowden reveló de PRISM, el programa de vigilancia que la NSA usa para recolectar metadata de las comunicaciones de los estadounidenses, y la aplicó sólo en las listas de membrecía de varias organizaciones del área de Boston en la década de 1770. Sólo con eso, el nombre de Paul Revere, quizá el nombre más famoso de la Revolución Estadounidense, sale sin ningún problema. En esencia, pareciera que si este sistema hubiera estado en sitio en los tiempos de Paul Revere, EEUU aún sería una colonia británica. (“Rompiendo la ley…”, dije antes…)
  • ¿Por qué no cierra Guantánamo? Por muchas razones. He aquí algunas. Y otras. Aunque un artículo de TIME lo dice sin tapujos: Guantánamo jamás cerrará.
  • Isabel Lara es una periodista residenciada en Washington, hija de la internacionalista Maruja Tarre, que una vez escuchó una llamada privada entre ella y su madre salir tanto en “La Hojilla” como en “Dando y Dando”. Lo cuenta todo en Boing Boing (en inglés).

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La vida y ya

El otro día me monté en un transporte público camino a no recuerdo dónde, y me encontré con una persona familia de alguien que fue relativamente importante en mi vida –bueno, falso… ERA mi vida. No voy a repetir lo que me contó aquí porque no es la idea, pero sólo digamos que la vida tomó un giro bien inesperado para esa persona. Sin mencionar que vi un lado de una familia que nunca pensé ver, y sólo pude pensar, “¿qué haría yo si aún estuviera en esa situación?” Bah, qué importa.

Unos días antes de eso, un muy buen amigo escribió una cosa curiosamente banal para su radicalismo político en Twitter: “Viendo una película que siempre me hace reflexionar sobre cuánto me parezco a lo que quería ser cuando niño: Mi Encuentro Conmigo”. Para quienes no sigan el mundo del cine, esta es la película de Disney donde Bruce Willis interpreta a un cínico y frío ejecutivo de relaciones públicas que una noche tiene en su casa a su versión de ocho años, interpretado por Spencer Breslin, quien le espeta: “Ya va, ¿tengo más de cuarenta años, no me he casado y no tengo perro? ¡Crezco para convertirme en un perdedor!”

Los dos casos, ocurrido en esa rara jugada anónima de Dios que hemos bautizado coincidencia, me puso a pensar precisamente dónde estoy en la vida ahora respecto a dónde estaba cuando tenía esos ocho años. Digamos que empecé en el B652 antes de aterrizar en la Tierra. Cuando tenía ocho años soñaba con atender los grandes animales de un parque salvaje. Luego esperaba salvar tortugas marinas en Margarita. Luego mi papá me animaba a ver si trabajaba en el hipódromo. Sí, quise ser veterinario, luego de querer ser biólogo marino. Hasta salí en la facultad de veterinaria de Maracay, conseguí dónde me iba a quedar. Pero un año de huelgas me hizo desistir.

Soñando aún con Margarita, supongo, fui al Nuevas Profesiones para dejar de perder tiempo y poner a buscar un acompañante para mi título de bachiller. Me empecé a imaginar acompañando turistas gringos o europeos a la laguna de La Restinga, o paseándolos por el casco central de Caracas. (Esto era en 1991 –se dice fácil, ¿no?) Pedí información, pedí el pensum. Por no perder, pedí el de Publicidad también. Lo leí. Tres años después, completaba la carrera; uno y medio después, entregaba la tesis; seis meses después, me graduaba, con una novia que luego me dejó por otro hombre y otro país, un grano del tamaño de mi cara en la nariz y un “candado” negro y ralo que nunca había peinado. Eso, unido a lentes que harían al Intrépido Volador envidioso y una natural alergia a los flashes, resultó en la peor foto de graduación de la humanidad. Creo que mi madre se apiadó de mí y la quemó. Dios te bendiga.

Luego de una pasantía en la mejor agencia de publicidad del momento, procedí a perder –profesionalmente hablando—cinco años de mi vida trabajando en atención al cliente en DHL. Gracias a Dios por las amistades –una MUY en particular—que hice ahí, pe4ro más nada. Luego procedí a perder siete meses de mi vida en otra empresa. Luego un mes más en otra. Y luego cinco años dando clases de inglés.

No puedo negar que mi estadía en Loscher (justo hasta el día de mi despedida) fue de mucho aprendizaje para mí y así como estuvo llena de desilusiones estuvo repleta de satisfacciones. El primer año me sentí como un frat boy; muchas mujeres, mucho alcohol. (God damn you, Saborío, no sé ni cómo estoy vivo. Thank you, you’re the best!) Y luego, la primera mujer con la que consideré casarme y con la que realmente lo hice. Y más importante aún, cuando me miré al espejo y decidí que así no quería mi vida. Me inscribí en el CNU. Presenté. Me inscribí en la UCAB para comunicación social. Presenté. Salí. Cinco años después, el día del aniversario de mis padres, me entregaron mi diploma como Licenciado en Comunicación Social, mención Periodismo.

Ahora me encuentro en otro cruce de mi vida. Aún no puedo darles detalles, pero será grande. MUY grande. Es, básicamente, apretar Ctrl+Alt+Supr. Es borrar la hoja, poner una nueva. (Y dale con las referencias analógicas.) Es nuevamente, vivir la vida y aprovechar las oportunidades que ella me da. Es eso y más.

Es la prueba que, al final, sólo podemos saber dónde estábamos cuando empezamos. Porque no siempre podemos saber dónde terminaremos.

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