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Los Tres Momentos (y uno de ñapa)

Por diversas circunstancias, hoy recordé una conversación que tuve con un taxista camino a un rumbo que no quiero acordarme.

Era un chamo de 37 años (sí, a esa edad uno aún es chamo, y a los 40 también), y era por estas fechas, porque recuerdo que empezamos a hablar de hijos y paternidad. Empezamos riéndonos porque su hija le había regalado una cartera semanas antes, y el pobre iluso pensó que le iba a salir doble regalo. Cuando la niña –“una tarajalla de diez años, tan alta como yo, salió a mi esposa, que también es una caballota”—no le entrega nada el propio Día del Padre, ella se defiende diciendo que “mamá no me dio plata”.

Al saber que tiene diez años, le confieso que yo a la vez quisiera tener una hija –UNA—y a la vez hay pocas cosas que me aterren tanto. Yo siempre me he caracterizado por ser muy protector: de mis amigas, de mis novias, de mi esposa, carajo, hasta de extrañas en la calle cuando algún animal le dice algo al pasarle al lado. Entonces tener una hija implica un nivel más alto de protección, porque mientras que con amigas uno lo hace por caballerosidad, con las novias por caballerosidad y la esperanza de sexo por agradecimiento, y con las esposas por caballerosidad, sexo por agradecimiento, deber y bueno, porque no nos queda otra, con una hija es deber y amor puro y sencillo. Le comento a mi taxista que por eso temo la llegada de Los Tres Momentos, esos instantes de la vida del padre de una hembra que te das cuenta que tu linda bebita, que hace nada usaba colitas a los lados de la cabecita y usaba faldita está por convertirse en mujer. Saben cuáles son, si son de esos padres; vienen acompañados de estas tres frases:

  • “¿Papi, cómo me queda esta falda/traje baño?” (Seguido por una pose en una prenda que (en el caso A) deja algo a la imaginación, pero no mucho, y (en el caso B) tiene menos algodón que una botella de aspirina.)
  • “Papi, ya vengo, que voy a salir un rato”. (Usando la anteriormente mencionada prenda A.)
  • “Papi, te presento a mi novio”. (Que probablemente conoció usando la prenda B.)

El chofer se ríe, pero esa risa que uno sabe que cualquiera de esos momentos puede llegar en los próximos cinco años –quizá menos. “Al ser tan alta”, me cuenta, “se la pasa con las amigas de sus primas mayores, las que tienen quince años o más. Entonces me preocupa que me la vayan a sonsacar. Sus compañeros ya me dicen suegro, a veces. Ella llega y se mete con ellos, y me dice, ‘mira papá, este te está diciendo suegro’, y yo me meto con ellos. Pero igual…”

Su tono cambió ligeramente mientras me echa el siguiente cuento. “Píllate esto: el otro día ando echándome una partida de dominó por allá en [nombre de pueblo en Miranda que no recuerdo] con los panas. Dos de la mañana. Y de repente alguien me abraza por detrás y me dice ‘¡Tiiiiioooo!’ Volteo, y es la sobrina mía, con unos amigos. Yo me le quedo mirando, veo el reloj, y le digo, ‘Muchacha, '¿y qué haces tú, con 17 años, por ahí a las dos de la mañana?’ Se molestó, y al día siguiente se lo cuenta a la mamá, mi hermana. No te pierdas esta vaina: al día siguiente la mamá me llama y me dice: ‘Mira, ¿qué haces tú rayando a mi hija por ahí? Yo le di permiso que saliera, tú no eres su papá para que le estés preguntando que qué hace ella afuera a esta hora”.

Tomó aliento, y siguió contando. Yo a la vez no podía creer lo que escuchaba ni tampoco me extrañaba; me acordé mucho de esta caricatura. “Ahí le monté la cruz. Le dije, ‘mira, si esa carajita sale preñá, o muerta, o anda de puta tirando por ahí, y encima la dejas, ese no es peo mío. Yo lo que hice fue preguntarle que qué hacía por ahí a esa hora, más nada. Lo único que te voy a agradecer es que no se acerque a mi hija’. Y más nunca, ya ni va a las reuniones, ‘porque lo único que hacen es criticar a mi hija’. La carajita tiene su cuerpecito y tal, pero ya anda con un novio ahí medio malandrito. Hasta amenazó al papá, un día que le reclamó que anduviera con semejante malandro; le dijo ‘oye papá, pero cómo se te ocurre, ¿qué haces si se entera que le estás diciendo así, y viene a reclamarte?’ Mira, hermano, esa es la raya de la familia, en serio”.

El resto del camino anduvimos en silencio, yo con una mezcla de orgullo y pena que el hombre se haya expresado tan abiertamente con un taxista –otro momento en que me di cuenta que no erré mi vocación—, él sin duda preocupado porque su hija terminara así. En un país donde tener 17 años en ciertas zonas del país es ya acercarte al final de tu vida, justo cuando empieza, y donde las mujeres se activan sexualmente cada vez más temprano (¿quién le decía a ese pobre hombre que su hija no había empezado ya? Ciertamente yo no), era imposible para él no preocuparse. Antes de dejarme en mi destino, compartió su perla de sabiduría paternal: “Yo le digo, ‘dedícate a tus estudios y a ser buena persona. El novio vendrá cuando tengas tiempo para buscar novio y tengas la conciencia de lo que es un novio’. Y bueno, espero que me salga buena, pues”.

Lo que hizo acordarme de esa conversa –de hecho me impresiona que la haya recordado tan bien—fue algo totalmente distinto. Estaba sentado en un café, cuando empiezo a escuchar la pareja detrás de mí en acalorada discusión. Yo me esforzaba por poder estar con Stephen King y mi café, pero era tan airada la diatriba que aún los consejos de escritura del maestro de lo macabro se quedaban cortos. Esa discusión la recuerdo menos que la de mi amigo el taxista, pero sí recuerdo las frases “Bueno, tú me tienes arrechera por lo que pasó, pues yo te tengo más arrechera a ti por lo que hiciste”, o “¿Ah entonces me estás diciendo que no tenemos vuelta atrás, Pía? ¿Es eso lo que me dices? ¿Que ya la cagamos?”, además de las palabras “abogado”, “separación” y “ajuste de cuentas”. Y esta no era una pareja de noviecitos; eran personas en sus cuarenta largos, quizá hasta cincuenta, en el caso de él. Luego de varios minutos sólo escuché la silla de él moverse y él mismo irse furioso, lo que me dio cierto nivel de alivio pues estaba casi seguro que iban a llegar a las manos.

Vi en ese momento un matrimonio derrumbarse de manera muy pública, a la vez que recordaba un hombre tratando de asegurar al producto de otro que parecía haber prosperado. Los dos eventos me hicieron darme cuenta, una vez más, de lo frágiles que son las relaciones humanas, del gran amor que pueden tenerse en un momento que puede derrumbarse años, meses o hasta días después (en ese caso, nunca fue amor). Y así añadí otro Momento a los tres originales, uno que sí  espero nunca llegue a escuchar:

“Papi, ¿mamá y tú se van a separar?”

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En mi opinión, democracia es...

Todo lo que se ha vivido en estas últimas semanas es algo que no se veía en Venezuela desde 1928, cuando las marchas masivas en contra de la dictadura de Juan Vicente Gómez. Lo divertido es que en esta ocasión el Gobierno no sabe cómo rayos lidiar con ellos. La participación de los estudiantes de la UCV, Metropolitana y la UCAB en la Asamblea Nacional el día de hoy fue excelente ejemplo. Los estudiantes habían pedido un derecho de palabra. Los asambleístas le propusieron "debatir" con los estudiantes que apoyaban "el proceso". Sospechoso.

Cuando los estudiantes llegaron, se encontraron dos cositas: toda la Guardia Nacional cuidando el Hemiciclo de la Asamblea como si nos fueran a invadir. Y segundo, se les hizo claro que sólo podría ir una pequeña comisión. Pero los del oficialismo se trajeron hasta una barra. Olía a show mediático, una forma de ponerlos en ridículo. Ciertamete en desventaja. Pero en mi humilde opinión, los estudiantes de oposición jugaron con sus reglas, en vez de caer en el juego del gobierno.

Todos llegaron vestidos de rojo. Douglas Barrios, estudiante de la Universidad Metropolitana, leyó su discurso, y dijo, palabras más o menos, que estemos en una sociedad donde no se tenga un uniforme. Acto seguido, todos se quitaron su franela roja. Habló entonces Andreína Tarazón, una estudiante de la UCV, hablando a favor del gobierno. Mucho antivalor, mercantilismo, capitalismo, manipulación, y otras palabras clásicas del discurso pro-chavista, como "imperialismo norteamericano", "luchas de Bolívar", etc. Y luego se paró Yon Goicoechea, quien ha sido uno de las estrellas en este movimiento. E incluso ha empezado a recibir los dardos por ello, por una situación que involucra su padre. Pues Yon se paró, dijo que ya habían expresado lo que querían, y ahora se retiraban. El debate se hará, pero en las universidades y en la calle. "No vinimos a hacer política, eso les toca a ustedes", dijo, señalando a los parlamentarios. Y así como así, los muchachos se pararon y se fueron.

Cilia Flores, la presidente de la Asamblea, se indignó, y obviamente empezó a hablar de manipulación, que no tienen nada que decir, etc. Pero como si nada. Sus palabras no llegaron. Y en efecto hablaron los otros estudiantes. En cadena nacional. Todos loas al proceso revolucionario. En efecto, un show mediático. Y los muchachos no cayeron en eso.

Pero todo esto me impulsa a considerar todas las posiciones que he visto y he oído. Como las que vi el día de la marcha del 3 de junio, donde así como vi a algunos de los personajes más pobres (de recursos económicos, no de espíritu) ondear banderas chavistas, vi lo más aparentemente encopetado de la sociedad gritar el equivalente a "largo de aquí". Para mí, eso es democracia, que todos tengamos el derecho a expresarnos y por sobre todo el derecho y también deber de defender nuestras creencias. Pero las posiciones radicales siempre son dañinas. Todos vivimos en un mismo país, señores. Si Chávez se fuera mañana, sus seguidores aún quedarían aquí. ¿Qué hacer? ¿Exterminarlos? ¿O creen que en lo que se vaya el hombre sus seguidores van a cambiar? Ni "patria socialismo o muerte" ni "muera Chávez". Acá necesitamos sentarnos, hablar y solucionar. No en condiciones de desventaja para ningún lado, que era a lo que los muchachos se enfrentaban en la Asamblea. Igualdad para todos.

Aclaropara los que no me conocen: yo sí quiero que haya un cambio de gobierno. De hecho, casi que lo necesito. Pero no quiero ni que se vuelva a la antigua política, ni que se caiga en una política que excluya a nadie. Los estudiantes --que yo siempre me he enorgullecido decir que aún lo soy-- están haciendo lo que tienen que hacer. Sigamos así.

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Campaña de Abrazos Gratis

Una amiga tiene este nick que dice "Free Hug Campaign", y yo no le había parado. Hasta que otra amiga me mandó el link de un cierto video de YouTube con el mismo nombre. Y bueno, me monté en el tren de los conmovidos.

Es una campaña tan sencilla, sin embargo la considero tan poderosa. Un hombre que se hace llamar Juan Mann se para en un sitio público con un cartel que dice "Free Hugs". Y ya.

¡Dios hagamos esto en Caracas! En estos momentos que estamos tan estresados, tan montados unos encima de los otros, tan que los queremos matar, ¿no sería buenísimo hacer esto un día?

Vean el video, y piénsenlo. ¿Alguien le gustaría acompañarme a hacer esto?



P.D.: Al rato que escribí este post, vi otro video hecho aquí en Venezuela sobre el mismo asunto. No sé si fue en Caracas o en donde, pero me encanta que haya empezado.

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